El príncipe llegó al límite del laberinto. Se encontraba en una gran sala con pebeteros encendidos. Todas las paredes estaban adornadas con extrañas palabras escritas en un color verde centelleante. Una hilera de columnas flanqueaban el camino hacia un altar blanco el cual estaba siendo adorado por un numeroso grupo de estatuas de piedra.
El joven caminó cauteloso observando todo lo que le rodeaba. Cada paso hacía retumbar el eco por toda la sala. Pequeños susurros escondidos tras las columnas advertían al príncipe del peligro, hasta que pudo escuchar claramente una poderosa voz proveniente del altar.

«No des ni un paso más, joven heredero. Te he estado observando largo tiempo. Sé que has hecho un duro viaje para llegar hasta aquí, pero el poder que aquí se esconde no te corresponde». Las letras se tornaron blancas y una intensa luz cegó al príncipe.
«¿Quién eres?». Preguntó con ambas manos en la cara.
«Mi nombre es Elohim y en este altar reposa mi alma eterna, encerrada en la esfera de poder. Muchos buscan la esfera para obrar prodigios, aunque ninguno de tus predecesores ha sido digno de portarla». Las letras volvieron a ser verdes y una luz blanca se alzaba a unos metros del altar.
«¿Qué debo hacer para ser digno?».
«Formula un deseo, joven heredero.» Dijo Elohim cortante. «Para que cumpla tu petición, debes entregar algo a cambio de igual valor».
«¿Cómo sé lo que debo entregar?».
«Eso te será revelado».
«Deseo curar a mi amada princesa». Dijo el príncipe con voz autoritaria y decidida. Se estaba acercando cada vez más al altar y casi lograba distinguir la figura que se escondía tras la luz.
«¿Salvar un alma de las garras del erebo? Eso requiere un pago muy alto». Elohim hizo una pausa meditando su respuesta y, tras unos segundos, contestó. «Sólo el alma del joven heredero impedirá la muerte de la princesa. ¿Intercambiarás tu vida por la suya?»
Dos finales posibles se muestran ante ti, lector: Amor o Muerte.
Uno es el final de cuento de hadas y el otro la cruda realidad.
¿Cuál elegirás?