El príncipe anduvo por los estrechos pasillos largo rato. El laberinto parecía no tener fin y, aunque seguía las indicaciones del mapa, no hallaba la esfera.
Al doblar una de las esquinas se percató de algo extraño, una luz azulada danzaba suspendida a unos metros del suelo. No distinguía la forma concreta del fuego fatuo, así que decidió llamar su atención levantando su espada en alto. La luz comenzó a moverse rápidamente y el príncipe corrió tras ella. No tardó en perder a su extraño guía y achacó la visión a la locura que le estaba produciendo el laberinto.

Continuó caminando sin rumbo al menos tres horas más. La desesperación se apoderaba lentamente del príncipe, cuando una voz sonó en su cabeza.
«¿Qué deseas príncipe?»
«¡Deseo salir del laberinto!» – gritó el príncipe y el suelo comenzó a temblar. Una de las paredes se convirtió en una gran puerta adornada con esquirlas cian.
Con gran asombro y temor, el príncipe se asomó al pórtico y pudo observar algo inesperado. La princesa se hallaba sentada en un ventanal de palacio, rodeada de hortensias azules y un precioso vestido aguamarina.
«Ven, mi amor». Decía la princesa con su dulce voz. «Siéntate conmigo».
Solo quería correr hacia ella, estrecharla entre sus brazos y decirle cuanto la echaba de menos, pero no lo hizo, se quedó inmóvil dentro del laberinto y dijo en voz alta:
«Deseo La Esfera de Elohim».
Con un gran estruendo, la puerta se convirtió de nuevo en una solidad pared de pierda y el príncipe, con tristeza en su corazón, continuó deambulando sin rumbo por ese infierno plagado de tentaciones.