Despertaron de madrugada y enfilaron el camino que llevaba al castillo. La sola existencia de ese ser mitológico daba esperanzas al príncipe, la esfera podría ser una realidad y no un cuento de hadas.
El monstruo sobrevolaba constantemente la estructura, lo que hacía imposible acercarse sin ser vistos. El joven sabía que una lucha cuerpo a cuerpo era un suicidio, por lo que intentó una estrategia más sigilosa. Hizo que sus hombres provocaran a la bestia con un fuego cercano y él se dirigió a los muros mientras el guardián estaba distraído. Pronto encontró una pequeña brecha en los ancianos muros del castillo y se adentró en lo desconocido.
A pesar de que el sol estuviera saliendo, una gran oscuridad se cernía sobre él. Tan solo llevaba consigo; el grimorio del cuento y una espada bien afilada legado de su padre. Había dejado a sus hombres y todo el equipo atrás, pensaba que su amor y determinación eran las armas más poderosas que poseía.
Los pasillos del castillo parecían no tener fin, estaba completamente perdido y la luz de las antorchas era la única que iluminaba el camino. Anduvo durante horas por aquel extraño laberinto hasta que decidió abrir el libro para buscar alguna pista sobre su paradero.

Un pasaje del cuento hablaba sobre un serpentino y escurridizo ser de piedra que custodiaba la esfera, ¿Sería ese ser el laberinto bajo sus pies? Sus dudas se despejaron cuando encontró una suerte de mapa que indicaba como vencer al guardián. Sin embargo, una nueva advertencia pesaba sobre los hombros del príncipe:
La fantasía de Dédalo es la condena del hombre codicioso.