La búsqueda del objeto no daba sus frutos y el príncipe estaba al borde de sus fuerzas. No quedaba ningún lugar del reino sin registrar. Había revisado personalmente cada valle, cada lago, cada pequeña villa y cada bosque de sus futuros dominios.
Justo cuando pensaba que ya no podía hacer nada por la princesa, encontró una cabaña de madera en lo profundo de una arboleda de abetos tan altos que privaban al lugar de cualquier luz.

El joven desmontó de su fiel caballo azabache e hizo un llamamiento a sus moradores. Al oír la voz del príncipe, una pareja de encobrados ancianos abrió la cochambrosa puerta y saludaron cordialmente a los hombres que descansaban en su porche. El príncipe les explicó su noble y desesperada misión, les habló a los ancianos de la princesa, el extraño mal y su largo viaje.
Los ancianos, lejos de sorprenderse, indicaron al príncipe la ubicación exacta del castillo donde se hallaba La Esfera de Elohim. Por lo visto, nuestro intrépido héroe no era primero en preguntar por el artefacto y quiso indagar más en la historia. Muchos años atrás, un brujo les contó a los dos ancianos donde estaba escondida la esfera y les encomendó la misión de indicar a los viajeros donde se encontraba.
El príncipe y sus hombres se marcharon con la información en pos de continuar la búsqueda, aunque también se llevó consigo una advertencia de esa ruinosa cabaña:
«Cuidado, mi príncipe. El artefacto está custodiado por una criatura. Un gigantesco monstruo que devora a todo aquel insensato que quiera hacerse con su tesoro».