El príncipe buscó a su amada y la halló moribunda en una arboleda cercana, luchaba ferozmente contra el mal que la acaecía.
El sabio del reino dictaminó que la vida de la princesa se apagaba, aunque el anciano desconocía el motivo. Preguntaron a alquimistas y médicos, pero ninguno comprendía la enfermedad de la joven.
El príncipe, a fin de encontrar un remedio para su amor, apeló a rumores y viejos cuentos. Se aferró a la magia y rebusco en cientos de cuentos sobre algún poder ancestral que pudieran ayudar a la princesa.
«Si las soluciones mundanas no pueden salvar a querida princesa, tal vez la magia sí lo haga.» Se repetía mentalmente mientras repasaba viejos y polvorientos grimorios. Hasta que un buen día, el príncipe encontró el cuento de La Esfera de Elohim. Narraba la historia de un poderoso artefacto capaz de conceder deseos al que lograse encontrarlo. Los libros también contaban los intentos de hallar el objeto; reyes, caballeros, príncipes… Todos habían muerto en esta empresa suicida.

Desoyendo las advertencias de la cohorte, se embarcó en la noble tarea de encontrar la esfera. Con el grimorio en el cincho, diez de los mejores caballeros del reino y el corazón en un puño, el príncipe partió de su hogar…