¡Muy buenas, lectores! 👋

Hoy os traigo otro relato de terror de la gran Nuria de Espinosa que se ha vuelto a pasar por Stonergëk para dejarnos un recado y un aprendizaje; Cuidado con las cabañas en el lago, las carga el diablo.

¡Que disfrutéis de las letras de Nuria!


Entre luces y sombras

Twitter: @misletrasnuria1 

Literatura, cultura y arte… La reflexión es aquello que abre un camino al pensamiento, el pensamiento es el camino que conduce a la reflexión; aquel camino libre que resplandece entre luces y sombras: la vida… Bienvenidos a mí pequeño espacio… este blog se ha creado para compartir este mundo de imaginación, magia y ensueño. Protegido por la propiedad intelectual © BIENVENIDOS AL RINCÓN DE NURIA DE ESPINOSA.


El Mal no Tiene Rostro

Laura y Román llegaron a la cabaña del lago justo cuando el atardecer asomaba. El propietario esperaba para entregarle las llaves. Su aspecto era agradable. Tenía el cabello gris que delataba que estaba acercándose a la tercera edad.

—Buenas tardes, si su intención es desconectar de la mundanal ciudad, éste es el mejor lugar.

—Buenas tardes, la verdad es que por eso elegimos este sitio rodeado de árboles por su privilegiado entorno.

—Bien, bien, tenga las llaves. La noche cae. Seguro que nos vemos pronto.

Román hizo un ademán con la cabeza. Las últimas palabras del dueño, no sabía por qué, pero le había provocado una cierta inquietud.

La cabaña estaba situada frente al lago, oculta por la densa arboleda que rodeaba el lugar.

—Es perfecto para una velada romántica.

—Siiii.

Román preparó unas pechugas de pollo y ensalada para cenar que acompañó con una botella de vino blanco. El propietario les había dejado una botella de vino tinto como regalo de bienvenida, pero la reservó para más tarde.

—Laura, la cena está lista.

Cenaron charlando sobre el precioso y aislado paraje. El anhelado silencio que solo algunos pájaros de vez en cuando rompían. Al caer la noche una densa niebla rodeaba la cabaña, dándole un extraño aire fantasmal.

— ¿Has oído eso?

—Laura, son los troncos de la chimenea, la madera cruje al arder. Relájate, no seas paranoica, vamos a abrir el vino tinto.

Cogió la botella, dos copas y se sentó sobre la preciosa alfombra de piel de tigre que descansaba frente a la chimenea. Ella le siguió.

Mientras Laura bebía de su copa miró el cuadro que colgaba sobre la pared de la chimenea; un pequeño trozo de tela asomaba de una esquina. Se levantó y tiró de él con suavidad; era una diminuta muñeca de tela. Tenía las mejillas cortadas en cruz, sus brazos y pies estaban atados con una cuerda negra; su rostro estaba retorcido, cosido en una mueca que parecía una sonrisa torcida.

Miró a Román inquieta. Pero él se limitó a decir:

—Seguramente es una broma del algún alquilado anterior.

— ¿Tú crees?

Su mirada recriminatoria la hizo callar.

Desde la ventana, el propietario de la cabaña observaba oculto. Pronto el vino actuó y los dos quedaron dormidos bajo los efectos del narcótico. El hombre entró con su llave.

Puso un cuenco de madera de ébano sobre la mesa. Introdujo dentro la foto que rezagado tras un árbol les hizo en el momento en que llegaron. Cortó un mechón de pelo de Laura y lo puso dentro del cuenco. Luego añadió una pluma de cuervo, una araña negra y un puñado de ceniza de un difunto. Sobre todo ello colocó la muñeca que Laura había encontrado y el muñeco que guardaba oculto bajo la mesa.

Una efímera expresión de gozo apareció en su rostro mientras machaca con ímpetu los ingredientes de la pócima para su ritual. El viento golpea la ventana. El otoño parecía estar en pleno apogeo. Cogió el cuenco con ambas manos para iniciar el proceso del ritual de retorno;

—A Mumm-Ra, A Mumm-Ra, A Mumm-Ra, te entrego sus vidas para…

Román cortó sus palabras dándole un certero golpe en la cabeza; el hombre se desplomó en el suelo inconsciente y él dejó caer el tronco que había cogido de la chimenea.

Entonces levantó en brazos a Laura y la llevó al coche. Regresó a la cabaña, sacó sus pocas pertenencias y volvió al coche para regresar con el bidón de gasolina que tenía por costumbre llevar de repuesto.

Cuando regresó al interior, el hombre algo mareado por el golpe, se levantó empuñando un cuchillo. Román al verlo se lanzó sobre él sujetando la mano que llevaba el arma.

Este le golpeó con la rodilla en el abdomen. Román gritó de dolor. Aún y así consiguió aguantar el rodillazo y con suma rapidez le asestó un puñetazo que de nuevo lo tumbó en el suelo. Le agarró del cuello apretando hasta que perdió la conciencia.

Roció todo interior de la cabaña con la gasolina. Miró de nuevo al hombre que aún seguía inconsciente; un hilillo de sangre salía de su boca. Román supuso que tenía una conmoción. Cogió su mechero y lo lanzó dentro de la cabaña. No tuvo empatía con aquel hombre que había estado a punto de matarles. Por suerte su insomnio crónico le había creado una resistencia a los narcóticos, por eso solo lo dejó inconsciente unos minutos dándole tiempo de reaccionar.

Cuando llegó la policía formuló un montón de preguntas para las que no tuvieron respuesta. Mintió al decir que el hombre intentó prender  fuego a la cabaña con ellos dentro, pero no se arrepentía porque sabía que lo hubiera intentado con otras personas.

Días después los periódicos mencionaban que en una parte del terreno cercano a la cabaña habían hallado doce cuerpos enterrados de otras parejas que acudieron al lugar.

A todos les habían arrancado los ojos.

Al leer la noticia, Román supo que su intuición no le había engañado, sin saberlo, había roto el macabro ritual que el asesino en serie llevaba ejecutando año tras año, obsesionado con devolver a la vida los espíritus del mal.