
Leer en Wattpad -> El Pacto de Sura
La ciudad Windster se había convertido en una estepa helada. Las corrientes de frío agitaban con fuerza los carteles de las tiendas y las ventanas de las viviendas, bajo el manto de oscuridad que se había posado sobre las Tierras Retorcidas. Las puertas que no estaban aseguradas se abrían de par en par dando estruendosos golpes, y los gritos de las mujeres y los alaridos de los hombres anunciaban la llegada del Ocaso.
– ¿Qué demonios ocurre, Percival? – preguntó Thomas enrollando el mapa que había sobre la mesa.
– Coged vuestras pertenencias. Hay que salir de aquí – exclamó alarmado corriendo de un lado para otro sin un rumbo fijo.
– ¿De dónde? – insistió su hermano.
– De Windster. Las criaturas están asediando las puertas interiores. Han cruzando el puente – el horror se había plasmado en el rostro de Percival como una máscara que parecía no querer desprenderse.
– No puede ser – dijo Cristin -. Las criaturas no atacan las ciudades.
– Ve a verlo tú misma, si no me crees – bufó Percival.
– Estamos perdidos – intervino Silas llevándose una mano a la frente mientras que los dos grandotes intentaban consolarlo posando sus manazas sobre los hombros del hombrecillo -. Las criaturas nos desollaran vivos.
– Vaya ánimos – le contestó Cristin torciendo el gesto.
– ¡Silencio! – exclamó Thomas dando un fuerte golpe en la mesa. Había cumplido su objetivo, las miradas estaban fijas en el guerrero, incluso Nora, la cocinera, había salido a presenciar el barullo -. Coged vuestras armas. Saldremos a ver qué ocurre. Si sobrevivimos a este Ocaso, estaremos en condiciones de enfrentar a los dioses.
A Sura, la cual había permanecido en silencio observando la discusión, no le convenció la propuesta. Los grandotes volvieron a su tarea de animar a Silas y Percival hizo un gesto a Nora para que comenzara a desmantelar el prostíbulo, estaba claro que no era la primera vez que lo hacían. Cristin, por su parte, giró el rostro hacía la mujer rubia que también había permanecido expectante.
– ¿Qué debemos hacer?
La guerrera sonrió sin abrir la boca, como si la respuesta fuese tan evidente que la pregunta carecía por completo de sentido.
– Lo único que sabemos hacer bien, querida Cristin, combatir- volvió la cara hacía Sura -. ¿Te unes a nosotros? –. Los ojos rojos de la mujer penetraron en ella, bucearon en lo más profundo de su alma sin que Sura pudiese hacer nada por detenerlos. Los notaba arremolinarse en sus recuerdos y debilitar los vínculos que la ataban a su pasado. Era una sensación incomoda, aunque, en cierto modo, reconfortante e incluso acogedora.
– De acuerdo, me uniré a vuestro grupo de suicidas, pero no esperéis que de la vida por vosotros. Mi pellejo es el más importante – el grandote de la cara quemada dio una palmadita amistosa en el hombro a Sura que la hizo tambalearse de la silla y esta le devolvió una mirada de odio que le hizo encogerse.
– Pues ya estamos todos – decretó Thomas -. Tenemos poco tiempo para empacar y llegar a la muralla. Coged solo lo necesario. Volveremos a por el resto cuando hayamos hecho retroceder a esos monstruos.
– Y si caemos en sus garras, ya no las necesitaremos – dijo Silas. Tenía los ojos cerrados y se atusaba delicadamente el canoso bigote, un gesto que siempre repetía cuando lanzaba uno de sus augurios pesimistas. Era como si recrease en su cabeza el destino fatal que con tanta certeza profetizaba.
– Nadie va a caer en las garras de nadie – contestó rápidamente Thomas y se volvió hacia Percival que no paraba de dar vueltas de aquí para allá recogiendo los bártulos del salón y guardándolos en grandes arcones que se escondían tras la barra de bar -. ¡¿Te puedes estar quieto?!
– No hay tiempo que perder, hermanito. Te dije que te ayudaría en esta locura, pero no a costa de todo lo que poseo. El trato estaba claro; reunías a tu grupito de héroes, les daba alojamiento hasta el Ocaso y después os marchabais a vivir aventuras y, seguramente, a morir.
Sura enarcó una ceja y una duda brotó de forma involuntaria de su boca.
– ¿No pensabas venir con nosotros?
Percival se detuvo y le dedicó una sonrisa triste.
– No. Lo siento, pero no. Yo no soy un guerrero, muchacha. Yo me dedico a esto – dijo moviendo las manos en círculos refiriéndose al burdel -. Lamento no seros de más ayuda, sin embargo hay asuntos más importantes que la venganza. Seguro que algún día llegas a comprenderlo. Me habías caído bien, Sura de Eliza – después de una leve pausa, añadió -. Al menos verás la oscuridad con tus propios ojos.
Sura no contestó y Percival volvió a su vaivén. Dos empleados más, un chico y una mujer, bajaron las escaleras a toda velocidad portando las sábanas de seda y algunas almohadas. Habían rellenado uno de los arcones y tenían pensando ocupar dos más. Sura reconoció al muchacho como el acompañante de Thomas durante su encuentro en el puesto fronterizo. Hizo un esfuerzo por recordar su nombre. Después de mucho pensarlo, le vino a la mente: Siro. Ahora estaba segura que lo vio el día que llegó al burdel, pero no le había hecho el menor caso. «Habría sido una buena pista para no caer en esta absurda trampa», pensó Sura torciendo el gesto. Luego recordó que Thomas le había dicho que era su sobrino, por lo que Siro debía de ser hijo de Percival. « ¿Siro es aquel asunto más importante que la venganza?».
El grupo aprovechó para subir a la planta superior a por sus pertenencias y bajar a la velocidad del rayo. Se enfundaron en sus armaduras y prepararon sus armas para el combate. Los dos grandotes portaban gruesas armaduras de placas metálicas, el de la cara quemada llevaba un martillo de guerra y un escudo, y el calvo una gigantesca hacha de doble filo. Silas llevaba una simple armadura de cuero marrón oscura, un sombrero también marrón y dos pistolas de latón en el cinto, además de varias bolsas con pólvora y perdigones. Era la primera vez que Sura veía un arma de fuego y no le pareció el gran invento que se describía en los libros. Cristín se había recogido el pelo rizado en una coleta, su apariencia se había convertido en la de una gran pira ardiendo. La mujer rubia no había cambiado nada, seguía llevando su armadura plateada y su espada ajustada a la cintura. Thomas estaba exactamente igual que cuando lo encontró en el puesto fronterizo; portando su pesada armadura y su ornamentada espada varilia. Verlo así le trajo buenos recuerdos de su duelo. Combatir era lo que más le gustaba a Sura. Le hacía sentir viva, como si por unos momentos tuviera un propósito real. Una meta clara que cumplir.
Cristin se extrajo de un tirón la mano izquierda con un estruendoso sonido metálico y la guardó en una bolsa. Tomó el arco que llevaba a la espalda con su mano diestra y lo depositó sobre una de las mesas. Sura pudo ver que en la parte media de la madera del arco había un adorno inusual. La forma de un puño cobrizo engarzado de manera inseparable al arma. La arquera, soltando un leve quejido, se colocó el puño en el muñón que le había quedado libre en su mano izquierda. El puño era de bronce y el resto de la decoración del arco también estaba hecho del mismo material. La cara de asombro de Sura no pasó desapercibida para la arquera pelirroja. Era mucho más alta que la pequeña Sura, así que se inclinó hacia ella como si fuera a contarle un secreto.
– Cortesía de los dioses – susurró con una sonrisa maquiavélica al tiempo que movía el puño para que Sura pudiese contemplar el arma en todo su esplendor.
Thomas se aproximó a la puerta del burdel con el espadón en la mano e instó a los demás para que le siguieran.
– Esta es nuestra primera prueba. Sobrevivid hoy para luchar mañana. No importa la clase de criaturas que nos encontremos allí afuera. Construiremos nuestro propio camino hasta los dioses. Una senda repleta de sangre y muerte– arengó Thomas con furia en sus ojos. Percival dejó sus tareas para observar el rostro de su hermano y rezó porque no fuera la última vez que lo viese con vida -. ¡A la batalla!
El grupo salió del burdel para encontrase con la más tenebrosa oscuridad. El viento gélido abofeteó con dureza a los héroes que luchaban por abrirse paso hacia la muralla. La ciudad arrastraba por sus calles los lamentos de sus habitantes. Los dos gigantes hicieron de escudo humano para el resto, empujando el muro invisible que los embestía con fuerza. El frío penetraba las armaduras y calaba hasta los huesos, agarrotando las extremidades y congelando la sangre de los vivos. El panorama era desolador, y estaba a punto de complicarse aún más.
Con gran esfuerzo, la cuadrilla alcanzó la muralla, que aun resistía el envite de las criaturas de las sombras. Desde la lejanía se escuchaban los alaridos de los monstruos que asediaban Windster y las órdenes del capitán Tyrel. Sobre las almenas, la guarnición de Windster disparaba sin cesar flechas incendiarias contra su enemigo. Varios soldados intentaban, sin demasiado éxito, prender antorchas para combatir a las criaturas, y otros corrían de un lado para otro sin saber muy bien qué hacer. Las tiendas de campaña de los recién llegados volaban por los aires y los animales suplicaban por su liberación de las jaulas.
– ¡Tyrel! – exclamó Thomas cubriéndose los ojos con el brazo. El capitán se encontraba en la entrada del túnel, donde hacía escasos momentos se encontraba apostado con sus hombres actuando de aduana. Ahora las mesas estaban volcadas formando una endeble barricada.
– ¿Thomas? ¿Qué diantres haces aquí? – Preguntó observando a la compañía – ¿Y quiénes son estos? Deberíais estar a cubierto.
– Somos los refuerzos. ¿En qué frente estamos teniendo dificultades?
– En todos y cada uno. Las criaturas no pueden escalar los muros, pero están a punto de derribar la entrada principal. Si se hacen con el control del túnel, la ciudad está perdida.
– ¡Eso es imposible! – Intervino Cristin saliendo de la pequeña formación-. La puerta fue diseñada por ingenieros de bronce. No puede ceder tan fácilmente.
– No está cediendo. Se la están comiendo.
Aquella afirmación los dejó boquiabiertos. Silas susurró una retahíla de malos augurios y Cristin, por unos instantes, estuvo tentada de echar a correr. Incluso la mujer rubia puso cara de asombro, rompiendo su semblante calmado y aparentemente inalterable. Sura se quedó pensando con la mirada puesta en el zurrón donde Silas almacenaba la pólvora y una idea le recorrió la mente.
– ¿El fuego los hace retroceder? – Tyrel la reconoció como la acompañante de Percival y asintió levemente ante la pregunta. -. Entonces, incendiemos el túnel.
– ¡Eso es una locura! – protestó el capitán. – ¿Cómo saldremos?
– No, Tyrel. Tiene razón – la apoyó Thomas – hay pólvora en la ciudad y madera a raudales – añadió señalando los montones de madera que se apilaban cerca de la salida del túnel -. Si les tapamos la entrada principal no tendrán forma de acceder. Ya averiguaremos como salir cuando pase el Ocaso.
Tyrel dudó por unos instantes, pero accedió. No había mucho tiempo para pensar y la propuesta no era del todo descabellada. Cogió por el hombro a uno de los escoltas que le acompañaban y le dio una orden muy concisa.
– Trae cada gramo de pólvora que haya en la ciudad – Este se marchó corriendo acompañado de dos guardias más. Luego Tyrel se dirigió de nuevo a Thomas -. Necesitamos tiempo para preparar la trampa y esos engendros están a punto de atravesar las rejas. ¿Qué propones?
– Les combatiremos. Trae a tus hombres hasta aquí. Ya no son necesarios en las almenas. Les haremos frente cuerpo a cuerpo.
Tyrel se quedó mirando el rostro decidido de Thomas. No replicó. Su defensa había sido en balde, un chiste para los invasores que los habían superado al poco tiempo de comenzar su ataque. Eso le avergonzó de sobremanera, pero decidió mantenerse firme y pagar por su incompetencia. Seguiría el nuevo plan propuesto y rezaría para que funcionase. Se aproximó a uno de los tubos de bronce que comunicaban el túnel con las almenas. Lanzó un pequeño suspiro y se preparó para dar una dolorosa orden.
– Hermanos de Windster, abandonad la muralla y preparad vuestras espadas. Enfrentaremos a los invasores cuerpo a cuerpo. Les haremos retroceder a fuerza de acero y fuego. No flaqueéis ahora, mis guerreros, pues el mañana depende de la valentía que demostremos hoy ¡Por la gloria de Windster!
Esperemos que la pólvora sea efectiva… Magnífico capítulo, un verdadero caos. Aunque ya veremos, si Siro, Thomas, Percival y Saura salen ilesos de la batalla. Esto promete…
Me encanta. Un placer leerte. Abrazos
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Muchas gracias 😌😌 Ya veremos el próximo capítulo. Un abrazo
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La gran batalla se acerca, todo o nada, es la consigna.
La expectativa acrece, el suspenso domina…uauuuuu
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Que palabras tan acertadas, Beto. Me alegra que sigas disfrutando de esta historia!
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