
Leer en Wattpad -> El Pacto de Sura
Sura soltó el saco, sacó su fina espada de manera automática y la apuntó hacia el hombre que le esperaba en la habitación.
– Thomas de Varilia – pronunció con rabia- ¿Qué ardid es este?
Thomas se dirigió a Percival.
– Gracias, hermano, ya puedes dejarnos solos – Percival asintió con la cabeza y cerró la puerta tras de sí.
La habitación era realmente espaciosa. En la pared más alejada a la puerta tenía una cama. A la derecha, un escritorio de madera y una silla, en la que estaba sentado Thomas. Y a la izquierda, un pequeño armario y un armero, la espada ancha del guerrero descansaba en uno de los estantes. El hombre no llevaba puesta la armadura pesada, en cambio su atuendo era más casual; unos pantalones de tela negros y una camisa blanca.
– ¡Responde! – insistió Sura con el arma en alto.
– Quiero reclutarte – dijo sin rodeos.
– Ya te dije que yo voy por libre – Sura tranquilizó su acero y volvió a envainarlo.
– Yendo por libre no se derrota a los dioses, muchacha.
Thomas se puso en pie, era mucho más alto y ancho que Sura. Si quisiera podría partirla en dos con sus propias manos como si de una rama se tratase. La camisa apenas soportar la vasta musculatura del guerrero.
– Entonces, ¿los mercenarios que despaché en el puesto fronterizo eran tus nuevos reclutas?
– Exacto. No tuve ocasión de encontrar nada mejor con el poco tiempo del que disponía antes del Ocaso.
– Acabar con ellos fue un juego de niños. ¿Quieres montar un ejército con soldados tan patéticos? – preguntó Sura en un intento de provocar a Thomas.
– No es un ejército, es una pequeña escuadra. Un grupo de humanos con la capacidad de matar dioses. Creo que tú eres la indicada para formar parte de ese grupo.
– No sabes con quien estás hablando. Estás muy equivocado si piensas que formaré parte de tu plan suicida – Sura dio media vuelta, cogió su saco y se dispuso a salir de la habitación. Pero Thomas aún tenía una as bajo la manga.
– Llegaron sin más y amenazaron la existencia de cualquiera que se opusiera a su poder. ¿No has perdido a nadie por culpa de ellos? Amigos, familiares, conocidos… ¿Eran culpables? ¿Qué crímenes habían cometido?
Sura se detuvo en seco. Los recuerdos vinieron a su mente como un maremoto de emociones irrefrenables. El rostro de su padre, el olor a jazmín de su madre, el sonido de las risas y el tacto de la hierba fresca bajo sus pies. Ya no quedaba nada de lo que antaño le había hecho feliz. La soledad de los años y las heridas de su cuerpo habían esculpido a su alrededor un caparazón prácticamente irrompible. Solo habitaba el odio en su corazón.
– Mi dolor es solo mío, Thomas de Varilia, y de nadie más.
– Vas a pasar aquí el Ocaso, piénsalo y dame una respuesta. Serías un miembro muy valioso.
– No sabes nada de mí – estalló Sura -. Solo que te planté cara en un duelo.
– Sé que te presentaste en un campamento de desconocidos, los cuales pensabas que eran saqueadores, para vengar a los guardias caídos. Eso demuestra mucho valor.
– Mi intención no era vengarlos. Quería cualquier objeto de valor que me fuese de utilidad.
– Instinto de supervivencia. Nadie te culpa por ello.
– ¿Y tú qué hacías allí? ¿Por qué mataste a los guardias del puesto? – acusó la muchacha mostrando los dientes.
– Quizás seas valiente, pero no observadora – Sura enarcó una ceja -. El puesto llevaba meses abandonado, esos hombres eran unos pobres diablos que se encontraron en nuestro camino. La prueba que les puse a los reclutas era la de reconquistar el puesto y asegurarlo. Evidentemente, fracasaron. Sin embargo, me topé con algo mejor. Tú. Este mundo te necesita, Sura de Eliza.
– El mundo nunca ha sido bueno conmigo, ni con quienes amaba. No le debo nada.
– Serías muy egoísta por tu parte no prestar tus servicios para esta misión. Quizás te he sobrevalorado – concluyó Thomas volviendo a la silla.
– Quizás – susurró. Sura se hartó de la conversación y salió por la puerta sin siquiera despedirse.
Fuera, en el pasillo, esperaba Percival fumando una larga pipa de madera tallada que esgrimía un fino hilo de humo a su alrededor.
– ¿Qué tal ha ido?
– Mal – se limitó a decir y pasó por su lado sin mirarle a la cara. Percival la siguió.
– Siento lo de la pequeña trampa, no habrías venido por voluntad propia – Sura no contestó mientras el autoproclamado mensajero revoloteaba de un lado para otro intentando excusarse -.Mi hermano es el fuerte de la familia, yo soy el listo. Seguro que no ha sabido decir las palabras adecuadas.
– ¿Cuál es mi habitación?
Percival lanzó un largo suspiro. Debía darle tiempo, un factor que no abundaba últimamente en las Tierras Retorcidas.
– Sube las escaleras, tercera puerta a la izquierda. Si te equivocas, no me hago responsable de lo que puedas llegar a ver.
– Gracias.
– No hay de qué.
Sura siguió las indicaciones y tomó las escaleras. En la parte de arriba no se escuchaban gemidos, ni palabras obscenas. Parecía una zona de auténtico descanso para los invitados importantes, no para aquellos que solo iban por placer.
La habitación era muy parecida a la de Thomas. De hecho, era un calco exacto. Sura cerró con pestillo la puerta, dejó el saco en el suelo y se tumbó bocabajo en la cama. El colchón era muy blando, estaba relleno de lana y plumas, y las sábanas eran de seda. « ¿Tanto se gana con este negocio que Percival puede permitirse poner sábanas de seda?» se preguntó con la mirada perdida. Estaba completamente agotada, parecía que sus músculos se habían desconectado de su cerebro. Su mente solo podía pensar en la conversación con Thomas, en el futuro que le aguardaba si aceptaba el ofrecimiento del hombre, y de pronto viró hacia la memoria de sus padres, se aferraba a los pocos resquicios de felicidad que aún conservaba. Eso era algo que los dioses jamás le podrían arrebatar, sus recuerdos. Y así, con el estómago vacío, los pies llenos de barro y el rostro de sus padres acompañándola, se durmió profundamente.
* * *
Tres golpes secos a la madera y un cuarto tardío.
– Pasa.
– Hola, Thomas. Parece que no la has convencido.
– Es testaruda. Vagar sin rumbo por las Tierras Retorcidas le ha embrutecido.
Percival apoyó su espalda en la pared mientras Thomas afilaba su espada sentado en la silla. Cada vez apretaba con más fuerza la piedra, como si el recuerdo de su infructuosa conversación con Sura le fastidiara de sobremanera.
– Es curioso que hayamos olvidado el nombre de este lugar – dijo Percival repentinamente-. Tierras Retorcidas suena muy tétrico.
Thomas se detuvo un instante intentando dar con el nombre de las tierras que sus antepasados habitaron. No halló respuesta.
– Fue cosa de los dioses. Rebautizaron el mundo que ellos mismos crearon y nosotros olvidamos el que le dimos.
– Supongo que es una metáfora.
La piedra dejó de acariciar el filo. Thomas soltó la espada sobre la cama y miró a Percival por primera vez.
– A ver, genio, ¿cuál es la metáfora? ¿Qué pasa por esa cabeza tuya?
Percival sonrió.
– Nunca ves más allá de tus propias narices, hermano. He pasado muchas noches pensando porqué los dioses decidieron descender de los cielos.
– Todos lo hemos hecho – replicó Thomas impaciente.
– Pues he llegado a una conclusión. Cuando ellos llegaron, un destello de cegadora luz blanca inundó la tierra y el cielo, y las personas de este mundo sintieron algo indescriptible en su interior.
– Sí, ya sabemos esa historia.
– Unos pena, otros alegría, otros el miedo más profundo – continuó Percival sin hacer caso a la interrupción de su hermano -. La codicia afloró en los monarcas y los belicosos se lanzaron a la guerra sin un motivo. Madre sintió la clarividencia.
– Y padre la locura. ¿A dónde quieres llegar a parar?
– ¡Exacto! – afirmó el hombre. Parecía que estaba manteniendo una charla consigo mismo -. Los dioses les obsequiaron con dones excepcionales. Padre se embarcó en una cruzada que no podía ganar y madre se convirtió en una de las siete sabias de Varilia. Los dioses sacaron a relucir lo mejor y lo peor de cada habitante de las Tierras Retorcidas. Incluso de la naturaleza misma. Una naturaleza podrida y manoseada cual fulana; una tierra retorcida. Le otorgaron un nombre más apropiado a su creación y aniquilaron a los que maltrataron a su querido mundo; los ingenieros de bronce.
Thomas se quedó meditando en las palabras de Percival y una idea que jamás había pensando apareció de repente.
– ¿Insinúas que padre y madre nos transmitieron los dones que los dioses les entregaron?
– Sí, yo obtuve una perspicacia desmedida y tú una voluntad de hierro para alcanzar tus objetivos – Percival se llevó un dedo a la sien -. Te salvaste de la locura, hermanito – Thomas se puso en pie.
– ¿Y por qué no se marchan? Ya hemos sufrido su castigo. ¿Nos necesitan de rodillas y adorándoles como esos malditos devotos?
– Es posible. Su larga estancia es lo que no logro comprender. Necesitan algo de nosotros. Quizás no puedan dañarnos de manera directa o quizás usaron todo su poder para arrasar Ishtal. Quién sabe. Nadie comprende a los dioses.
– Pues no me voy a quedar de brazos cruzados para averiguarlo, Percival. Los expulsaremos de nuestras tierras o moriremos en el intento – Thomas volvió a sentarse con la espada en una mano y la piedra de afilar en la otra. La puso entre sus piernas y volvió a su tarea de afilarla.
– Quizás la locura te está llegando de manera algo tardía – susurró Percival.
– ¿Qué has dicho? – preguntó Thomas furioso.
– Que Sura sería un buen aporte a tu equipo suicida. Tiene más huevos que cualquiera de los mercenarios que has reclutado. Dispones de tres días para convencerla. Después del Ocaso, abandonará Windster y dudo que vuelvas a verla jamás.
– Esa chica se unirá a nuestro equipo, dalo por seguro.
– El don de padre – susurró Percival refiriéndose a la convicción de Thomas-. Me pregunto cuál es el regalo que recibió Sura de sus padres.
– El de la tozudez.
Percival soltó una carcajada.
– Esa muchacha nos va a traer un sin fin de quebraderos de cabeza, recuerda mis palabras.
– Pues habrá que moldearla. Su potencial es más que evidente.
Percival le lanzó una mirada de tristeza a su hermano que Thomas no correspondió.
– Su alma está quebrada. No termines de romperla.
El sonido de la piedra chocando contra el metal fue la única respuesta que obtuvo. Percival se giró hacia la puerta dando la conversación por terminada. Salió de la habitación, cabizbajo. Atravesó el pasillo rodeado de golpes y gemidos. Bajó las escaleras hasta el salón principal y se sentó asolas con una cerveza en la mano mientras el resto festejaba, reía y bailaba.
– Descansa, Sura de Eliza, descansa. Necesitarás fuerza para los eventos que están por llegar.
Continúo deleitando de la estrafalaria historia,,,aguardo con ansias la continuación.
¡FELICES PASCUAS! amigazo
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Muchas gracias! Felicidades pascuas, amigo mío.
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Nosotros festejamos PESAJ, te recuerdo que soy judío, por si lo olvidaste, jajajaj
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Cierto! Madre mía, que descuido 😅 jajaja
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Como ya leí el cuarto capítulo, ahora me muerdo los dientes hasta que continúes… 👏👏👏👏👏 Un abrazo
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Tardo poco en escribirlos. Me estoy guiando totalmente por una brújula en este relato. Un abrazo!
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