Parte II
El cuerpo del orco yacía en el suelo, aún vivía, pero sus heridas eran muy graves, innumerables cortes poblaban su torso y sus extremidades. Dórmunt jadeaba, sus pulmones intentaban tomar todo el aire disponible a su alrededor y con ambas manos blandía la espada que cada segundo pesaba más. El caballero nórbak se acercó al ensangrentado orco, este pedía clemencia desde el suelo entre balbuceos imposibles de entender y el nórbak decidió poner fin su existencia, un rápido movimiento de sus dagas cercenó la garganta de Cróbak, acabando así con el Másserdul.
– ¡El vencedor del Másserdul es Dórmunt el Dragón! Enhorabuena – dijo finalmente el juez limpiando la sangre de su daga. Dórmunt soltó el arma y cayó de rodillas en el patio. Un silencio atronador se hizo dueño del sagrario, solamente roto por aquellos aspirantes que golpeaban su pecho en señal de respeto hacia el caído.
Sira se acercó hacia Cróbak, estaba abatida. Lloró la muerte de su amigo y protector, y le arrastró fuera del patio con la ayuda de otros compañeros de Audacia. Por parte de Dórmunt, Cori fue corriendo a socorrer al muchacho. Ayudándole a abandonar el lugar y llevándole a la enfermería. El sanador le dio a beber al chico una potente infusión de hierbas y Dórmunt cayó en un profundo sueño. Al final del segundo día, Dórmunt se sintió renacer y, por fin, abrió los ojos.
– ¡Caballero Celso! ¡Ha despertado, ribit! – Cori estaba a un lado de la cama, con sus grandes ojos de sapo puestos en Dórmunt. Un hombre de complexión fornida, frondosa barba negra y túnica blanca con manchas rojas apareció en la estancia arrastrando la cortina marrón de la puerta.
– Ya era hora. Has tenido mucha suerte, chico. Creíamos que nunca volverías al mundo de los vivos.
– ¿Dónde estoy? – preguntó Dórmunt aturdido llevándose la mano a la cabeza y entrelazando sus dedos por su oscuro y largo cabello.
– Ganaste el Másserdul, ribit, y ahora estás en la enfermería.
– Pero… yo no maté a Cróbak. Al menos, eso creo.
– No, lo hizo Skinz, el campeón de Áblica, ribit. Su daga puso fin a la vida de Cróbak, ribit – explicó Cori con cierto pesar.
Dórmunt intentó incorporarse pero le fue imposible, tenía la pierna izquierda vendada de arriba abajo y otra venda, esta vez rosa, le cruzaba el pecho, pasando justo por las quemaduras que se había provocado en Acrol.
– Tranquilo, chico, no debes hacer esfuerzos. Uno de los cortes de tu adversario te hizo una herida muy fea en el torso. Si hubiera sido más profunda, tú y yo no estaríamos hablando ahora.
– ¿Cuándo podré volver a entrenar?
– ¡Que ímpetu! Puede que en dos semanas o quizás más.
– Eso es demasiado tiempo – protestó Dórmunt -. No puedo estar tanto tiempo aquí. ¡Debe hacer algo!
Otra voz, esta vez femenina acalló las demandas de Dórmunt.
– El reposo es igual de necesario que el entrenamiento, joven aspirante.
Una imponente mujer rubia con una trenza en el pelo, una armadura plateada y una larga espada en el cinturón se presentó en la enfermería apartando la cortina.

– Guardiana Karia – dijo el doctor cortésmente haciendo una pequeña reverencia.
– Caballero Celso – contestó la mujer correspondiendo el saludo.
La ira recorrió el rostro magullado de Dórmunt, aquella mujer le había arrancado de las manos de su madre y le había llevado hasta aquel horrible lugar. Karia percibió el sentimiento al instante.
– Es normal sentirse furioso, aspirante Dórmunt, pero aprenderás a canalizar tu odio hacia tareas más productivas.
– Tú me arrebataste lo poco que me quedaba – susurró el humano apretando las sábanas del camastro.
– Te di una vida nueva. Una oportunidad rara vez concedida a un esclavo.
– ¡Yo no soy un esclavo! – exclamó Dórmunt.
– Ya no, lo eras, pero te liberé. Y no lo hice por capricho, créeme, lo hice porque los sabios percibieron poder en ti. Serás una pieza muy importante, llegado el momento.
– ¿Eso es lo que soy ahora? ¿He pasado de ser esclavo a ser un objeto?
Karia lanzó un suspiro.
– Los caminos que el destino nos depara son extraños y confusos, sin embargo, todos formamos parte de este gran juego orquestado por los dioses. Acepta tu camino, igual que yo lo hice con el mío. Así al menos te sentirás útil cuando los dioses decidan hacer su movimiento final.
Dórmunt bajó la mirada y luego buscó refugio en su amigo anura.
– Hazle caso a la guardiana Karia, ribit. Es sabia y juiciosa. Puedes aprender mucho de ella, ribit – acertó a decir Cori posando su mano membranosa sobre la pierna vendada de Dórmunt.
Karia se acercó al dolorido muchacho.
– Por el momento, el descanso es primordial. En tu lamentable estado no podrás entrenar, aunque puedes ejercitar tu mente. Tengo entendido que tu padre te enseñó a leer y escribir la lengua común, ¿no es así? – Dórmunt asintió -. Bien. Pues te traeré algunos manuales de conocimiento elemental y bestiarios de Azímur. El conocimiento es una valiosa fuente de poder.
– ¿De qué me sirve el conocimiento, si no puedo ponerlo en práctica?
– Saber a lo que te enfrentas y conocer la forma de vencerlo es realmente beneficioso, y te aseguro que te enfrentarás a muchos peligros. Algunos podrás vencerlos con la fuerza de tu espada, otros con la magia elemental, y habrá muchos que desearás evitar.
Dórmunt miró al techo de la enfermería procesando toda aquella información y una imagen se hizo presente en su mente.
– ¿Algún día podré volver a ver a mi madre?
– Quizás. Vuestro anterior dueño la vendió a un acaudalado noble anura de La Cloaka. Los anuras suelen ser unos amos amables con la mercancía que adquieren. No creo que sufra ningún daño. Pasa las pruebas del sagrario, conviértete en caballero y solo entonces podrás ir en su búsqueda.
Dórmunt ensombreció su rostro y clavó su mirada en los implacables ojos azules de la guardiana.
– Entonces, me convertiré en el caballero más poderoso que Azímur haya visto jamás.
