Parte I


– ¡Apártate, humano!

Un orco grandote de prominentes colmillos llamado Cróbak empujó a Dórmunt haciéndole derramar su sopa por el pasillo del comedor.

– Lo siento – musitó el joven humano acuclillado e intentando rescatar algo de la comida.

– Mira por dónde vas, idiota – increpó uno de los seguidores del orco, una humana de pelo corto castaño que siempre seguía a Cróbak y que provocaba la mayoría de las peleas.

El comedor del sagrario estaba repleto de jóvenes aspirantes a caballeros y guardianas, sentados en largos bancos de madera que desembocaban en mesas faltas de alimentos. La sopa era el único plato del día. Todos en el lugar se giraron hacia Dórmunt y Cróbak expectantes por presenciar una refriega entre ambos.

– Ya he dicho que lo siento – repitió levantándose con el cuenco en la mano.

– Una disculpa no basta – insistió la humana pendenciera-. Deberás afilar las gujas de Cróbak durante tres días. ¿Qué digo tres días? ¡Una semana!

Las gujas eran las armas tradicionales que usaban los caballeros de Audacia, un semicírculo de acero que ajustaban a sus muñecas y que blandían con una rapidez endiablada. Muchos se sorprendieron en su día de que aquel orco, mucho más grande que el resto, perteneciera a esa disciplina, pero su manejo de las gujas le había otorgado una reputación más que temida en sus tres años en la escuela.

– No afilaré las armas de nadie – dijo Dórmunt cabizbajo.

– ¿Cómo has dicho? – preguntó la humana acercando la oreja en señal de provocación.

– No afilaré las armas de nadie – repitió.

El orco agarró por la pechera a Dórmunt provocando que por primera vez cruzaran la mirada. Sus ojos eran un profundo pozo de furia y odio, mientras que los de Dórmunt solo reflejaban tristeza y desesperanza.

– ¿No lo has oído, Sira? Te ha dicho que no afilará las armas de nadie, ribit – intervino un anura de enormes ojos y  chaleco verde. Llevaba unos pantalones de tela azules oscuro, dos brazaletes marrones y un cinturón del mismo color con varias dagas en él.

– Esto no va contigo, Cori, ¿No tienes ninguna charca en la que meterte? – preguntó Sira con desprecio.

– Los cobardes de Audacia siempre metiéndoos con los más débiles, ribit.

– Y los idiotas de Agilidad siempre metiéndoos donde no os llaman.

Una voz profunda atravesó el comedor.

– El comedor no es un buen lugar para pelear – dijo con tranquilidad un caballero nórbak levantándose de su asiento. Los nórbaks eran una de las razas más peligrosas de Azímur, aunque también de las más tranquilas, solo se enzarzaban en combates que ponían en juego su honor o en peligro su vida. Su aspecto era el de un humanoide más grande de lo normal y su rasgo característico era tener la piel y el cabello azules. La complexión de esta raza era musculosa y poseían vello en la cabeza y alrededor del cuello. El rostro de estos seres era afilado con rasgos muy delicados y finos, y unas largas orejas acabadas en pico que colgaban levemente hacia abajo. Sus manos eran gruesas y con las uñas afiladas, y una cola acabada en punta asomaba siempre por la parte de atrás de sus ropajes. Su porte era reconocido en todo Azímur, así como la maldición que traían consigo.

Cróbak soltó a Dórmunt.

– Tienes suerte de que el campeón de Áblica esté de tu parte, pero pronto nos veremos las caras Dórmunt el Dragón. Desde que te vi en la pelea de admisión he deseado que nuestros aceros se crucen.

 – Yo no deseo tal cosa – dijo Dórmunt y se volvió para seguir su camino.

– ¡No me des la espalda, pequeño humano! – exclamó el orco enfurecido y un rumor de voces susurrantes recorrió el comedor.

– No tengo nada más que hablar contigo – aquellas palabras no hicieron más que enfurecer más al orco que soltó su cuenco con rabia y caminó hacia Dórmunt. Una garra azul se interpuso entre ambos.

– Aspirante Cróbak, si tanto deseas enfrentarte al aspirante Dórmunt. Ya sabes cuál es el rito para hacerlo – dijo el nórbak mostrando una hilera de afilados dientes blancos.

– Dórmunt el Dragón – comenzó a decir el orco sonriente -. Te reto a un Másserdul.

Las voces se silenciaron de un plumazo. Cori, el anura, intervino rápidamente, estaba visiblemente alarmado.

– Cróbak, es solo un aspirante de primer año, ribit. No puedes hacer eso.

– Ya está hecho. ¿Aceptas mi reto o abandonarás Áblica para no volver?

Dórmunt se giró hacia el orco.

– Acepto tu reto.

De nuevo el rumor inundó la sala. Cori se acercó a Dórmunt.

– Novato, ¿sabes acaso lo que es un Másserdul, ribit?

– Ni idea.

– Másserdul es un rito de combate antiguo donde dos combatientes luchan hasta la muerte, ribit. Y ahora has aceptado el reto ante todos los presentes, ribit. No tienes escapatoria.

– Entonces, pelearé hasta la muerte – dijo Dórmunt sin inmutarse, dejándole claro al anura que no tenía miedo a morir. Se giró con un rápido movimiento de talones y continuó andando hasta sentarse en un solitario banco.

La vida en Áblica estaba siendo un auténtico infierno para Dórmunt, mucho peor que estar rodeado de avariciosos anuras o maliciosos hombres, y no solo por las largas jornadas de entrenamiento y estudio que dejaban exhausto su cuerpo y su mente, sino por el simple hecho de que él no había elegido estar allí. Una parte de Dórmunt deseaba continuar la senda del caballero hasta las últimas consecuencias, aunque la otra deseaba acabar con todo aquello, con su vida misma si era necesario. Cróbak solo era un instrumento que Dórmunt utilizaría para observar de nuevo el rostro de la muerte y decidir si quería acompañarla o no.


Pasaron tres días desde el anuncio del Másserdul, ambos acordaron encontrarse en el patio de prácticas al amanecer. Dórmunt pasó la noche afilando su espada de dos manos, el arma de los que pertenecían a Voluntad, y pensando en si su gemelo malvado haría acto de presencia en el combate,  así como lo había hecho en la Prueba de Selección. Esa era la parte de él que quería continuar con vida y a la que Dórmunt bautizó como el gemelo malvado, aunque muchas veces pensaba en ello como si fuera el espíritu de su padre que volvía de entre los muertos para ayudarle.

El momento había llegado. Los dos combatientes se presentaron al alba en el patio. Normalmente los entrenamientos y combates en Áblica se hacían en unos campos supletorios fuera de la academia equipados con todo el material necesario, y en el patio solo se realizaban las Pruebas de Selección. Pero Cróbak no quería una pelea normal, deseaba que el resto de sus compañeros presenciaran lo que estaba a punto de hacer, infundiendo así más temor entre ellos.

Ninguno de los dos llevaba armadura. El orco llevaba un chaleco verde de un tono más oscuro que el de su piel y unos pantalones de tela negros. Su torso estaba repleto de cicatrices, pero una resaltaba entre las demás, una marca vertical que le llegaba desde el ombligo a la mitad del pecho. Dórmunt por su parte llevaba puesta una sucia camisa blanca y unos pantalones negros amarrados con un cordel. Sira, la humana limpiabotas, le trajo a Cróbak sus gujas y se las ajustó en las muñecas. A Dórmunt le entregó su arma Cori que se había ofrecido para ser el testigo de su parte. El caballero nórbak se había prestado a ser el juez.

– Buenos días, Áblica – comenzó a decir el nórbak vestido con una larga túnica negra que le llegaba hasta las rodillas y por la que asomaba la cola. Su voz retumbaba por el patio como un trueno. Se dirigía mayormente al público curioso que observaba desde los pasillos y las ventanas que daban al patio -. Hoy nos hemos reunido aquí para presenciar un Másserdul entre caballeros. No penséis que este rito es un simple combate a muerte, hay algunas reglas que cumplir; Primera, ambos luchadores deben aportar un testigo al combate, la aspirante Sira será la testigo de Cróbak y el aspirante Cori será el testigo de Dórmunt. Segunda regla, está terminantemente prohibido usar poderes elementales, aunque dudo que cambos hicierais buen uso de ellos – Aquel comentario enfureció al orco que soltó un gruñido -. Tercera, no está permitido el uso de armadura. Cuarta, existirá un juez que detendrá el combate si es necesario, el cual seré yo mismo. Y última, el enfrentamiento solo podía concluir con la muerte de uno de los dos combatientes. Pero, como ya sabéis, estas reglas solo se aplican entre caballeros y las guardianas, para el resto de casos el Másserdul es un simple combate a muerte.

Algunos aspirantes se animaron a jalear el nombre de Dórmunt, sobre todo los de cuarto y quinto año, los cuales ya estaban más que acostumbrados a la violencia y la sangre. Además, Cróbak tenía acobardados a muchos estudiantes de la academia y eso puso a muchos a favor del humano.

– Mucha suerte, novato, ribit. Tienes dos opciones, puedes convertirte en otra víctima de Cróbak o en un héroe para el sagrario, ribit. Y por lo que vimos en la Prueba de Selección, tienes el potencial para ser lo segundo, ribit– dijo Cori entregándole la reluciente espada. Dórmunt asintió y agradeció las palabras del anura. Tomó la espada y le dio un par de vueltas, ya dominaba el peso del arma y podía manejarla con soltura, lanzando devastadores golpes si la blandía a dos manos. Cori se retiró dejando en la arena únicamente a Dórmunt, Cróbak y al caballero nórbak.

– ¿Estás preparado, Dórmunt el Dragón? – preguntó el orco abriendo y cerrando los brazos en un intento de calentamiento.

– Sí, cuando quieras.

– ¿Unas últimas palabras?

El gemelo malvado tomó posesión del cuerpo de Dórmunt antes siquiera de comenzar el enfrentamiento.

– Eso debería decirlo yo, ¿no? No pienso morir aquí. Ya he tomado una decisión.

– ¿Qué ya has tomado una decisión? – el orco soltó una carcajada y faltó poco para que se tirara al suelo a reír.

– Sí. Libraré el sagrario de tu infame presencia – después miró al nórbak – y  me convertiré en su campeón.

El nórbak afiló la mirada tras las palabras del humano.

– Eso será si sobrevives hoy – dijo el caballero.

– Lo haré. Esta será la primera prueba de muchas – añadió el humano y agarró el mango de la espada con ambas manos.

Un pequeño silencio se hizo en el patio. El juez tenía la palabra.

– Bien. Si ambos estáis preparados, ¡Que comience el combate!


Parte 3