Volver al Codex Azímur 🌀
Dórmunt se levantó de nuevo, estaba ensangrentado, fatigado y le dolían todos los músculos del cuerpo.
– Vamos, muchacho. Estás en tu Prueba de Elección, ¿no vas a luchar? – preguntó el caballero instructor portando una larga vara de madera en la mano -. Si no me peleas, no te podremos asignar una disciplina.
– No quiero pelear – contestó Dórmunt con la mirada fija en el hombre humano -. No quiero estar aquí.

El resto de novatos observan la lucha desde la lejanía, si es que a la paliza pública que le estaban dando al muchacho se le podía llamar lucha. La mayoría de ellos llevaban heridas, moratones o dedos rotos, pero la satisfacción de haber entrado en una de las disciplinas les evadía de cualquier dolor. Los que aún no habían realiza la Prueba de Elección aguardaban con impaciencia y los que no la habían superado empacaban sus pertenecías para abandonar Áblica. Dos siluetas observaban sentados el combate con gran expectación; un hombre anciano de larga barba que portaba un bastón ornamentado y una mujer fornida.
– Parece que no te informaron bien sobre él, Karia – afirmó el anciano burlón con voz ronca y la mujer torció el gesto.
– Hay fuego en sus ojos, Gran Señor, lo vi cuando lo arranqué de los brazos de su madre. Se teme así mismo por sus actos del pasado, pero el poder fluye por sus venas. Las gentes de Acrol se encogían de miedo con tan solo mencionar el nombre de Dórmunt.
– Confío en tu criterio, guardiana. Sin embargo, el chico parece no querer mostrarnos sus habilidades – el anciano se giró hacia la mujer y ambos cruzaron la mirada-. Si no nos muestra su poder, me temo que deberá marcharse del sagrario para no volver.
– Lo hará, Gran Señor, lo hará.
El caballero instructor se acercó a Dórmunt con paso firme, las múltiples marcas de su cara revelaban un pasado de sufrimiento sin igual. Carecía de pelo en su cabeza, su nariz era chata y un poco torcida, y su piel estaba dorada por el despiadado sol de Azímur. Llevaba puesto un jubón de cuero sin mangas y unos pantalones largos de tela negros. Sin previo aviso, arremetió de nuevo contra Dórmunt golpeándole con la vara en la cara. La brutalidad del ataque hizo que el joven escupiera un reguero sangre y se postrarse en la arena. El instructor lanzó una mirada al palco desde el cual el Gran Señor y Karia observaban el combate. Los novatos, que hacía unos momentos animaban a Dórmunt, se habían quedado mudos. Miraban con tristeza al chico que se arrastraba por la arena.
– ¡Vamos, muchacho! ¡Pelea! – arengaba el caballero instructor sin éxito.
Dórmunt se puso en pie y escupió su propia sangre al suelo.
– No quiero pelear.
El caballero se giró hacia el palco.
– Es imposible tratar con él, Gran señor. No ha superado la prueba, es un perro al igual que su padre.
Dórmunt apretó los puños con impotencia. El rostro sin vida de su padre se materializó en su mente. Ya había vengado su muerte, pero su fantasma continuaba persiguiéndole. Le hablaba en sueños, le decía que debía convertirse en un guerrero y que debía luchar por lo que era justo. Le susurraba al oído que debía rescatar a su madre. Sin embargo, Dórmunt acallaba las voces y se sumía en la oscuridad. Temía volver a ser un peligro.
El Gran señor se puso en pie.
– Entonces – dijo con voz quejumbrosa-, seguirá los pasos de su padre – sentenció.
Karia se levantó de un salto y se aproximó al anciano.
– Podemos adiestrarlo, mi señor. Podría ser una poderosa arma contra la amenaza del sur.
– Esa es mi intención, Karia. Solo necesita un pequeño incentivo. ¡Dórmunt! – Exclamó alzando la voz – ¿Lucharás o morirás en la arena como Bárandur? La elección es tuya. – El joven no contestó, se ocultaba tras su largo cabello castaño, pero sus ojos marrones observaban detenidamente al anciano -. Caballero Ashur, empuña el acero.
– Como ordene, Gran señor – dijo agachando la cabeza.
Un hombre y una mujer les trajeron rápidamente a ambos combatientes un escudo y una espada. Dórmunt apenas podía con el peso de ambas armas y tenía que hacer un gran esfuerzo para no soltarlas. Ashur alzó la espada hacia el chico.
– No hay más oportunidades, muchacho. Se acabaron las medias tintas.
El hombre cargó con el escudo empujando a Dórmunt a varios metros de distancia y desarmándolo. Aquella no era una pelea justa, pero Azímur tampoco era un mundo justo, esa era la primera lección que aprendían los caballeros novicios en el sagrario de Áblica. Ashur colocó su bota en la cara cubierta de sangre, lágrimas y arena de Dórmunt.
– Lo siento, muchacho. Tu hora ha llegado.
Ashur alzó el arma de muerte al igual que ya lo hizo aquel orco para dar la estocada final a su padre y, de pronto, sucedió algo inexplicable para Dórmunt. Su mente perdió el control de su cuerpo como si se hubiera activado en su ser un instinto de supervivencia que había permanecido oculto durante años. Apartó de un golpe la bota de Ashur y esquivó el ataque mortal. Rodó por el suelo de la arena hasta llegar a su espada y la empuñó. Aquello sorprendió a todos los presentes que observaban el combate y algunos aprendices se animaron a gritar el nombre de Dórmunt.
– Vaya, el cachorro aún tiene algo que decir.
– Mi padre no fue un perro. Fue un gran hombre – dijo levantando su espada con las dos manos.
– Tu padre se mereció el destierro de Áblica. ¿No te lo había contado? – preguntó observando la incredulidad en el rostro de Dórmunt -. Bárandur habitó el sagrario hace mucho tiempo. Era incapaz de acatar las normas, sin duda fue un gran guerrero, pero indisciplinado. Se marchó por la puerta de atrás como un apestado y tú serás el siguiente en caer.

Los ojos de Dórmunt se llenaron de ira. Un aura, como la que ya recorrió su cuerpo en Acrol, comenzó a crecer a su alrededor. La espada se envolvió en llamas y el largo pelo de Dórmunt se agitó con el inmenso poder que estaba a punto de liberar. Ashur sonrió, lanzó ambas armas al suelo y comenzó a susurrar algo inaudible para Dórmunt. Justo antes de que el joven lanzara el ataque devastador, una mano hecha de arena surgió del suelo y le inmovilizó por completo, dejándole solo la cabeza al descubierto. La espada cayó al suelo y las llamas se dispersaron. Ashur se aproximó triunfal hacia él.
– Astu´name.
La mano de arena soltó a Dórmunt y se deshizo en el suelo.
– ¿Cómo has hecho eso? – preguntó Dórmunt de rodillas.
– Aprenderás mucho entre estas paredes. Esto es solo el principio. Serás el caballero más grande que Azímur ha conocido y honraras la memoria de tu padre – Ashur le ofreció la mano. El joven dudó por unos instantes. Aceptó el ofrecimiento, levantándose del suelo. Ashur se dirigió al palco -. El novato, Dórmunt el Dragón, ha superado la prueba -. Aquel sobrenombre pilló por sorpresa al chico, aunque lo aceptó de buen grado -. Está listo para ser adiestrado en la disciplina de Voluntad.
Los novatos aplaudieron, al igual que otros caballeros y guardianas que se habían acercado a ver la prueba. Karia sonrió complacida. La guardiana convertiría a Dórmunt en un arma de destrucción, en el caballero más temible que Azímur había conocido.
Parte 2

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