Parte 2


El doctor Shuster abrió los ojos, pero ya no estaba en la aldea. Ahora se encontraba en un vasto paraje de sol y arena, no había nada más. Se sentía extraño, mucho más fuerte de lo normal. Comenzó a gritar sin obtener respuesta alguna. Miró hacia el astro rey y comprobó que el cielo no era como lo recordaba. El azul había dejado paso a otro color, uno que no reconocía. No sabría decir siquiera a cuales de los que ya conocía se le parecía. Sin nada mejor que hacer, el hombre comenzó a correr por las dunas de arena fina dejando sus huellas marcadas en el camino. Estuvo buscando rastro de civilización por al menos treinta minutos y, sin embargo, no sentía cansancio, ni fatiga alguna, la enfermedad había abandonado su cuerpo que se sentía más vivo que nunca. Sonrió y apretó los puños, «El ritual ha funcionado», pensó. De pronto, un ser gigante atravesó el misterioso cielo, parecía una serpiente o una anguila nadando por el infinito mar. Sin demorarse ni un segundo, el ser se dirigió hacia el sol y lo engulló completo. La noche se hizo y tornados de oscuridad comenzaron a formarse en el horizonte. Las dunas se sacudieron bajo los pies del doctor, formando olas terrestres, erigiendo montañas y derribándolas de un plumazo. De repente, los terremotos cesaron y los tornados se detuvieron. Un hombre, enfundado en una túnica amarilla se personó ante él. Bajo la capucha no había rostro, tan solo oscuridad y tampoco había pies ni manos bajo la túnica, aunque el doctor pudo observar un medallón que pendía de su cuello. Un medallón de piedra con un símbolo extraño tallado en él; Un círculo del que brotaban tres látigos.

– ¿Quién es usted? – preguntó el doctor -. ¿Eres un espíritu que viene a ayudarme?

– Soy un primigenio – contestó con voz profunda y quejumbrosa -. Un gobernador, un tirano y un rey. Un dios – la figura se acercó al hombre. Cada vez era más grande e imponente.

– No creo en dioses, ni demonios, criatura – aseguró el doctor con severidad -. Solo la ciencia es mi mentora.

– Entonces te haré creer, mortal.

La arena comenzó a disiparse. Se filtraba por el suelo cual reloj de arena. El hombre se tambaleaba mientras que el ser flotaba inmutable ante él. El desolado paraje dio pie a una prisión de cristal. Ambos se encontraban encerrados en la urna de cristal que portaba la vieja. El doctor pudo verse a sí mismo en el ritual. Las fuerzas le abandonaron de nuevo y la tos, más violenta de lo habitual, estampó un rastro de sangre contra el cristal de la urna. Hincó la rodilla en el suelo y suplicó por estar presenciando una pesadilla. El impostor levantaba las manos con energía y reía de manera desquiciada. El resto de aventureros se acercaban a él asombrados y le daban la mano felicitándole por su milagrosa recuperación. El doctor impostor sonreía mientras que el auténtico se postraba prisionero ante aquella imagen.

– ¡Ese no soy yo! – gritó escupiendo un nuevo rastro de sangre – Ese no soy yo, señor Willis, ¿no se da cuenta? – Pero el señor Willis mostraba una sonrisa de oreja a oreja junto al impostor, alegrándose por el milagro que había tenido lugar y porque su amigo se había librado de la dolencia que le atormentaba – ¡Ese no soy yo! – repetía una y otra vez.

– ¿Me crees ahora, mortal? – el doctor había olvidado por completo la presencia del ser.

– Devuélvele mi cuerpo, demonio. Dios del infierno y el pecado. ¡Devuélvemelo!

– Tu cuerpo sirve al Gran Plan y tu alma vagará eternamente entre los planos más allá del velo de los sueños. Regocíjate, insecto, ¿no era tu deseo el de seguir existiendo? ¿El de vivir por encima de tus posibilidades mundanas? Ahora lo harás, pero en el desierto de sal; siempre sediento, siempre hambriento. Bajo la bola de fuego y la serpiente de hielo, tu alma jamás encontrará alivio.

Cuando el ser de amarillo acabó su frase, la arena volvió a emanar de suelo, esta vez blanca como la nieve.

– No, por favor, te lo suplico – dijo el doctor en un último intento desesperado.

– ¿Crees ahora en dioses, Bram Shuster? – preguntó intrigado.

– Sí, creo – contestó con un grito ahogado – ¡Sálvame!

– No te resistas, condenaste tu alma en el momento en que pusiste un pie en estas tierras alejadas de tu hogar. Serás alimento para el destructor de mundos. Formarás parte de El Durmiente y este será la llave para abrir la puerta de El Oculto. Regocíjate y acepta tu destino. La muerte no es el final, existe un tomento aún mayor. – Desapareció sin dejar rastro.

En pocos segundos, la sal y la sangre cubrieron por completo el cuerpo del doctor Shuster, pero antes de ser sepultado y llevado a otro mundo, le dedicó una mirada al impostor, el cual observaba fijamente la urna de cristal que sostenía la vieja en sus decrépitas manos. Los ojos del impostor eran enteramente amarillos, al igual que los ojos del vidente, y sobre su cuello pendía un colgante de tres látigos, el mismo que portaba aquella entidad cósmica de otra dimensión. Siempre sedienta, siempre hambrienta.

FIN

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