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Fuego en las venas

Inocencia

Las personas parecen crecer sin saberlo hasta que alcanzan un punto determinado, entonces despiertan del trance y se convierten en personas maduras. A la joven Karia le llegó ese momento demasiado temprano.

Hasta los doce años Karia no era más que una pequeña humana a la que le gustaba jugar con su espada y complacer a su padre. Aprendió a luchar por mero interés y cogió la costumbre de llevar un arma siempre consigo. Un aciago día, Karia y su anciano padre fueron invitados a una cena en uno de los muchos castillos que rodean Soho. Pero aquella invitación era una trampa mortal, pues el gobernante del castillo quería someter al padre de Karia y absorber su territorio. Los guardias blandieron sin piedad sus hojas ensartando a los invitados entre gritos de súplica. El instinto de Karia le urgía a huir, pero su mente le decía que no lo hiciera. Temblando, tomó una de las espadas del suelo y se interpuso entre los sanguinarios hombres del malicioso gobernador y su padre. Su mente le hablo de nuevo y le dijo que simplemente cerrara los ojos. Entre lágrimas, Karia hizo caso sabiendo que no tenía ninguna oportunidad de derrotarlos en combate; cerró los ojos y alzó su espada hacia los enemigos de su padre. Por un momento, volvió a casa junto a su madre y sus hermanos. Jugaban sobre los pastos de hierba y sonreían felices, la llamaban para que se uniera a ellos, la llamaban y ella no podía contestar. Un calor insoportable y el olor a humo y carne quemada sacaron a Karia del engaño. Su espada continuaba alzada en la sala, triunfante, y sus enemigos eran presa de las llamas, aunque también lo era su propio padre. El fuego, provocado por ella misma, corría incontrolable por la sala devorando todo a su paso. La joven solo tuvo fuerzas para salir corriendo del castillo. Fue en ese trágico momento cuando Karia dijo adiós a su infancia.


Ira

Ya era tarde en el sagrario de Áblica, pero Karia no podía dormir. Sus ojos estaban rojos e hinchados, sus dientes castañeaban y su magullado cuerpo temblaba, y, aun así, se negó a gritar. La impotencia recorría su ser. Aquel día había perdido su combate de ascenso contra Ronnie, aunque era de esperar. La joven Karia apenas llegaba al pecho de Ronnie, un muchacho mucho más grande y fuerte que ella. Lo que más le dolió a la humana fue que su adversario no usó todas sus fuerzas para derrotarla, la espada de Karia fue inútil contra el martillo de Ronnie.

Un sentimiento de culpa la invadió, «¿cómo iba a convertirse en guardiana, si no era capaz de derrotar a un idiota como Ronnie?, ¿Debía usar su magia para vencer?». No pudo dormir en toda la noche. A la mañana siguiente, recogió su pelo dorado en una trenza y estuvo golpeando el muñeco de prácticas hasta que sus manos se tiñeron de rojo y las piernas no pudieron sostener más su cuerpo. Sería su hoja la encargada de otorgarle la victoria.

Pasaron los meses y Karia creció, de hecho, creció demasiado. Su cuerpo se desarrollo y sus fuerzas se multiplicaron. Un nuevo combate de ascenso contra Ronnie tuvo lugar y el resto de aspirantes se congregaron en el patio del sagrario para presenciar la pelea. Esta vez estaba preparada, su altura era casi la misma que la del humano y su mirada era un muro impenetrable. Cuando terminó el duelo, Karia apenas podía sujetar la espada con las dos manos, pero su contrincante yacía inconsciente en el suelo.


Miedo

Está claro que es muy difícil distinguir a Karia cuando lleva vestido y se acicala. A veces, hasta ella misma olvida que es toda una mujer, pero las noches tranquilas, guarda su arma en el baúl, expulsa a sus demonios y vuelve a comportarse como aquella chica de antaño. Se arropa con un vestido de gala azul, el cual tiene preparado para una fiesta a la que nunca asistirá, y admira su portentosa figura ante el espejo de su habitación. Entonces, le dedica una sonrisa sincera al espejo que le llega hasta el corazón. En esos momentos de incertidumbre, no sabría decir cuál es la verdadera Karia, la chica del reflejo o la que lucha sin piedad repartiendo muerte en los campos de batalla. Sueña con volver a ver a su anciano padre y con la vida que hubiera tenido en su legítimo hogar. Quizás hubiera asistido a cientos de bailes reales, con apuestos príncipes y princesas, sin embargo esos sueños son tan poco realistas que la sonrisa se borra del espejo y el vestido cae por su propio peso. Su lugar no está en la corte, ni en los bailes de media noche, sino en el fragor de la batalla.

Antes del amanecer, Karia guarda los preciosos vestidos bajo llave, borra cualquier rastro de felicidad de su rostro y vuelve a ser la mujer dura a la que todos temen.


Control

El episodio más sangriento en la vida de Karia le otorgó un terrorífico sobrenombre que la acompañó el resto de sus días.

Todo comenzó cuando Karia fue asignada a una misión especial. La guardiana debía mantener con vida a un noble de Négacar que viajaba hacia Soho para tratar un asunto importante con El Gobernador. La compañía cruzó el río Rugues y se hospedó en Almunt, un pequeño pueblo a mitad de camino. Esa noche, mientras los guerreros descansaban y el noble se encontraba durmiendo en sus aposentos, unas sombras cruzaron rápidas el pueblo con perversas intenciones.

La cuadrilla de asesinos asaltó la taberna y se dirigieron hacia los aposentos del noble. Antes de poder entrar a la habitación, se encontraron con la implacable espada de Karia. La guardiana despachó con maestría a los hombres y estos le confesaron que eran solo una avanzadilla de un grupo más grande. En ese momento, la mente de Karia comenzó a urdir un plan para proteger al noble y cumplir su misión.

A la mañana siguiente, los cuerpos sin vida de los asesinos decoraban salvajemente la entrada de Almunt. El resto de sicarios se retiraron al ver la sanguinaria ejecución de sus compañeros y Karia fue señalada con horror como La Empaladora en memoria de aquel terrible, pero necesario acto. Se convirtió en un ser despiadado y cruel, un monstruo que Azímur creó y monstruo que Azímur aprendió a temer.


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