— Ha pasado mucho tiempo desde nuestra última velada, muchacho.
— No lo suficiente.
— ¿De verdad no me has echado de menos? Pensaba que me recibirías con los brazos abiertos.
— Nadie quiere verte por aquí. Eres despreciable.
— Era una pequeña broma para romper el hielo, tampoco hay que pasarse. A diferencia de otros, yo no elegí mi trabajo.
— Pues parece que lo disfrutas.
— Parad nada, pero te acabas acostumbrando.
— Yo no podría. Debe de ser muy desagradable.
— Lo es, amigo mío, de eso no te quepa duda, aunque también debe de ser desagradable maquillar muertos, y ellos cobran más que yo, y encima se les odia menos.
— Ahora no te hagas la víctima.
— ¡Si me hago la víctima es porque puedo! Solo se recurre a mí cuando ya no hay más remedio.
— Cuando ya no hay esperanza, dirás.
— Sí, sí, lo que sea. El caso es echarme la culpa.
— Pues entonces no sé quien la tiene. Tú decides quien se va y quien se queda.
— Eso no es así, muchacho. La última vez no tuvimos mucho tiempo para hablar y comenzaste a odiarme instantáneamente, pero no quiero que sea así. Te pondré un ejemplo para que puedas comprender mejor mi cometido. Imagina que cada persona tiene un reloj de arena en su interior, cuando el último grano se desliza de la parte superior a la inferior, significa que su tiempo se ha agotado. Ahí es donde entro yo, mi única misión es indicarle el camino para que comience su nueva vida. Soy un mero acompañante.
— Un acompañante, ¿eh?
— Exacto. Ya sea por muerte natural o, como en este caso, provocada.
—¿Te puedo preguntar algo?
— Por supuesto.
— ¿Conoces el momento exacto en el que una persona va a morir?
— Sí, es parte de mi cometido conocer donde y cuando se requieren mi servicios.
— Entonces, ¿Por qué no se lo dices a la gente? Quizás aprovecharían mejor su vida sabiendo cuando va a terminar.
— NI hablar. Ya lo hice y fue un completo desastre. La sorpresa de la muerte es un regalo para los humanos. Desconocer ese dato os da algo que has mencionado, esperanza. Es imposible esquivarme. Si te dijera que vas a morir mañana, no habría esperanzas para ti, el reloj se agotaría y no podrías hacer nada para impedirlo. No aprovecharíais mejor vuestra vida, os volveríais seres mezquinos y egoístas. Os he visto caer en la locura más extrema con mi sola presencia. Caeríais en la desolación y no tardaríais mucho en extinguiros. ¿Quieres que me quede sin trabajo?
— Pero, tú sabes cuándo morirá el último ser humano, ¿no?
— Sí, y también el último animal, pero solo conozco el tiempo que le resta a un ser que ya vive. Desconozco el tiempo de los que están por vivir. El nacimiento es cosa de mi hermana. No os acordáis de ella porque sois muy pequeños cuando os visita. Al final acabáis siendo un juego de pelota. Nos lanzamos balones que tardan años en llegar.
— ¿Por qué yo?
— Como tu comprenderás, este trabajo es muy aburrido, así que a veces me presento ante unos pocos humanos y hablo con ellos. Es lo que vosotros llamáis un feedback. Charlamos un poco, me contáis vuestras impresiones sobre la muerte y os concedo un par de peticiones. Lo malo es que si me veis una vez, siempre me veréis cuando tenga que hacer mi labor.
— Ya, es una faena. Esto es como que te toque la lotería, pero al revés.
— Tómatelo como que tienes un privilegio especial con el universo. Bueno, tengo que marcharme ya, muchacho, el tiempo vuela.
— Dile que la echaré de menos.
— De acuerdo.
— Y, una cosa más. Si te lo pidiera, ¿me dirías el tiempo que me falta?
— Sí. ¿Quieres saberlo?
— No… Mejor que sea una sorpresa.
La muerte sonrió.
— Nos volveremos a ver.
— De eso no me cabe duda.
-Don
Imagen: @skizoodraw
