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Relato anterior: Demonios Internos😈


— ¡Mirad! El tullido quiere trabajar – el orondo hombre comenzó a reír golpeando la mesa de madera con el puño — ¿y qué quieres hacer? ¿Labrar el campo? ¿Construir casas? Acrol no es lugar para ti, pero seguro que hay un hueco para ti en el palacio del gobernador de Soho. He oído que le faltan bufones.

El resto de personas también comenzaron a reír y se unieron a la mofa del contratista. El chico se dio media vuelta cabizbajo y lanzó una maldición mientras abandonaba el establecimiento ayudándose de un bastón de madera que le servía de muleta. Fuera le esperaban Merigold y Varian.

— ¿Qué tal ha ido? – preguntó la rusalka cargando en la carreta una caja de provisiones.

— Parece que aquí tampoco hay sitio para gente como yo — contestó apoyándose en la carreta y dejando que su hermano lo subiera a la parte delantera del vehículo.

— No te preocupes. Probaremos en el siguiente pueblo.

— ¡No! Estoy harto ya – unas amargas lágrimas de rabia e impotencia llenaron de sus ojos. Unas lágrimas que Timmy ya conocía de sobra.

Varian cambió su rostro amable y el odio le inundó por completo. Cogió su espada y se dispuso a entrar en el edificio, pero Merigold le detuvo. No hizo falta palabras entre ambos, los ojos azules de la rusalka le transmitieron un mensaje claro , «No merece la pena ».

Después del escape en La Cloaka, Timmy no volvió a caminar con normalidad. Al principio no pudo mover la pierna durante meses y el dolor era insoportable, pero, después de casi un año de sufrimiento, un habilidoso herrero le fabricó una pernera de acero y un bastón a cambio de un favor que Merigold supo complacer. Para paliar su dolor, Varian siempre llevaba consigo un zurrón repleto de sauce blanco. El humano preparaba infusiones que resultaban ser muy eficaces contra la aflicción de su hermano, aunque nada podía remediar el verdadero problema que había recaído sobre el joven Timmy.

— Vamos, Timmy. No seas así – dijo Varian intentando consolarlo– .Te prepararé tu medicina.

— ¡No quiero mi medicina, maldita sea! Nadie me quiere en ningún lugar. Soy un jodido apestado. Quiero volver a ser normal.

Esa escena rompió corazón de Merigold se rompió un poco más. Cada día se rompía un poco más.


Los tres amigos se asentaron en una posada local. Regatearon para obtener dos habitaciones a un precio que era casi un robo y se dividieron. Aquella noche Merigold no pudo pegar ojo, no solo por la culpa y la pena que sentía por Timmy, sino porque extrañaba más que nunca a su hermana Dilia. No había vuelto a saber de ella. A pesar de sus diferencias, jamás habían estado tanto tiempo separadas y eso la estaba devorando por dentro. La última visión que tuvo de su hermana fue horrible. Ver a una persona tan querida para ella transformada en un ser nauseabundo que consumía la esencia de cada centímetro del espacio que ocupaba, la marcó de por vida. Y eso la llevó a ponerse en lo peor, «¿Y si yo también me transformo en un monstruo?». Tanto caviló la rusalka que tuvo que abandonar la habitación para dar un paseo y despejar la cabeza. Los chicos dormían en una habitación al final del pasillo. La luz estaba encendida. Se acercó para ver si aún estaban despiertos. Una conversación fluía entre los dos.

—  No lo sé, hermano – Merigold detectó la voz profunda de Varian — . Espero que no nos cause más problemas.

—  Ojalá nunca hubiéramos ido allí – contestó Timmy con la voz quebrada — . No la culpo, pero… —  no pudo seguir hablando.

—  Está bien. Mañana será otro día. Recuerda que debemos estar juntos. Somos una familia. Salvaste a una persona querida sin importar las consecuencias. Estoy orgulloso de ti, hermano, deberías haber sido caballero.

—  Lo único que está claro es que ahora nunca seré nada – se lamentó Timmy.

—  ¡Venga ya! Vamos a dormir, anda, y tómate la medicina.

Merigold volvió a su habitación y se ocultó bajo una manta de lana roja. Una única frase resonaba en su cabeza, «Todo es culpa mía».

A la mañana siguiente, los tres amigos se sentaron a desayunar en la posada. Merigold intentó poner su mejor cara, pero le era imposible, la conversación que escuchó la noche anterior le había afectado más de lo que esperaba. Timmy no probó bocado del pollo y Varian dio cuenta de la comida de ambos. La tensión entre la rusalka y los humanos se cortaba con un cuchillo. Merigold estaba a punto de romper el silencio cuando un orco atravesó la puerta gritando.

— ¡Hay una bruja en el pueblo! ¡Nos hechizará a todos! ¡Huid por vuestras vidas!

Los presentes salieron en tromba a ver qué sucedía. En las calles, los habitantes del pueblo corrían de un lado para otro portando cajas y bolsas. Estaban aterrorizados. Varian miró a Merigold que se ocultaba bajo su capucha de cuero.

— ¿Dilia?

— No lo sé. Deberíamos comprobarlo.

— Iré con vosotros – dijo Timmy usando todas sus fuerzas para seguirles el ritmo.

— ¡No! – ordenó Varian— . Quédate aquí y ten preparado el carro por si tenemos huir de nuevo.

Timmy aceptó a regañadientes el mandato de su hermano y volvió a las habitaciones para empacar sus enseres. Merigold detuvo a una mujer anciana que empujaba una carretilla con trigo.

— ¿Dónde está la bruja?

— En la plaza. Está en la plaza. Embruja a todo aquel que se acerca a ella y lo convierte en una cáscara sin vida. ¡Corred! – y continuó su marcha.

— Debe de ser ella, Meri.

— Ruego por que así sea. ¡Vamos!

La rusalka y el humano llegaron a la plaza lo más rápido que sus pies le permitieron, pero lo que allí vieron les horrorizó. Una hilera de cadáveres se abría ante ellos; hombres y mujeres, orcos, humanos y hasta enanos había sucumbido. Todos tenían esa expresión de dolor. La misma que Merigold vio en los ojos de su padre justo antes de que su hermana le succionara la esencia de su cuerpo. Dos figuras se alzaban en el medio de la plaza.

—  ¿Dilia? – preguntó Merigold aproximándose.

—  Ten cuidado – advirtió Varian desenfundando su arma.

Una de las figuras era una mujer con cuernos y la otra un hombre encapuchado.

—  Te he estado buscando, Merigold la Cortesana – dijo una dulce voz femenina — . El señor de la luz me ha enviado hasta aquí. Quiere reclutarte.

—  ¿Quién eres? – Merigold sacó de su vestido una afilada espada que otrora perteneció a Timmy.

—  No he venido a luchar contra ti. Soy una amiga. Una rusalka. Como tú.

Decía la verdad, unos pequeños cuernos en punta asomaban a través su largo pelo castaño. Iba ataviada con un precioso vestido verde con remates en negro y una tiara plateada en su cabeza. Su tersa piel tenía un tono naranja muy claro y entre sus pechos pendía un collar con una gema esmeralda.

—  Mi nombre es Énerit y él es mi secuaz, Rash el Buscador.  Rash tiene un don muy especial, encuentra personas. No importa lo lejos que estén o lo profundo que se escondan, si aún viven, Rash los encontrará. Él me ha traído hasta ti.

El encapuchado ni se inmutó, llevaba una larga túnica negra que le cubría por completo. Lo único que Merigold pudo ver de su rostro fueron dos inmóviles orbes blancos.

— No me fio de esta gente, Meri– susurró Varian y ambos se pusieron en guardia.

—  ¿Por qué siempre tiene que ser tan difícil, Rash? – preguntó retóricamente Énerit lanzando un suspiro exasperado.

Merigold comenzó a caminar decidida hacia los visitantes. Si aquella mujer estaba en lo cierto, el encapuchado podía ayudarla a encontrar a Dilia, aunque tuviera que hacerlo por la fuerza.

—   No hagas esto, Merigold. Estás en clara desventaja.

—   Eso está por ver.

Varian lanzó un pequeño explosivo y la plaza se llenó de un denso humo gris. Ya habían usado ese truco antes y les había ido muy bien. Merigold se movió rápidamente aprovechando la cobertura y saltó hacia la bruja. Énerit torció el gesto y alzó la mano hacia ella, unos pequeños hilos verdes salieron de la punta de sus dedos e inmovilizaron a la rusalka.

—   Aún tienes mucho que aprender, joven hechicera. No te preocupes, también te enseñaré a hacer esto —  . La bruja cerró el puño y Merigold sintió un dolor como nunca antes. Notó que bajo su piel se adherían diminutas cuchillas que la desgarraban por dentro. Un alarido salió de su boca y se hizo eco por todo el pueblo.

Varian flaqueó a la bruja e intentó asestarle un espadazo, pero un rápido movimiento de la rusalka evitó el ataque. Con la mano que le quedaba libre, expulsó un orbe que impactó de lleno en el pecho del humano. Varian sintió como el cuero se fundía y se quitó rápidamente el jubón. Una quemadura cicatrizó en su piel. Énerit liberó a Merigold que quedó postrada en el suelo aún doliéndose y se dirigió hacia Varian.

—   ¿Y tú quien eres, fortachón?

El humano apretaba los dientes. Sabía que no tenían ninguna opción contra aquel ser. Bajo la mirada. No quería morir allí, ni tampoco quería que lo hiciese su hermano.

—   Puedes llevártela, pero déjanos en paz.

—   Que heroico por tu parte.

—   Aceptar una derrota puede evitar un mal mayor. No tengo nada en tu contra, bruja. Llévatela y nosotros continuaremos con nuestros asuntos — . Varian tiró su espada en señal de rendición.

Timmy llegó a la plaza montado en la carreta. La pelea no estaba yendo bien para sus amigos.

Merigold alzó la cabeza del suelo y vio la espada de Varian en el suelo, «Se está rindiendo», pensó, «No puedo permitirlo». Tomó el arma y se dispuso a arremeter de nuevo contra la bruja, pero el encapuchado la agarró del brazo. Una voz grave sonó en lo más profundo de su mente, «La contienda ha terminado, joven guerrera. Es momento de marcharse. No te conviertas en el artífice de tu destrucción ». Merigold no estaba dispuesta a dejarse vencer tan fácilmente y continuó la carga zafándose de Rash y su advertencia. Alzó el acero hacia Énerit. No tendría una oportunidad mejor, la bruja se encontraba de espaldas. Estaba distraída. Sin embargo, la rusalka estaba equivocada. Un escudo de magia verde bloqueó el golpe. La bruja se giró hacia Merigold lanzándole una mirada de hastío. Se había cansado de jugar. Convirtió su mano en un afilado puñal y con un veloz movimiento empaló al humano sin el menor miramiento. La sangre de Varian brotaba sin cesar de su abdomen y Merigold solo pudo ver con horror como la vida abandonaba el cuerpo de su amigo. De nuevo no podía hacer nada por proteger a los que quería. Los ojos del humano se clavaron en su alma, parecían decir «Esto es culpa tuya». Aunque otros ojos observaban en la lejanía. Timmy tenía la cara desencajada. Corrió hacia su hermano, pero perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo al mismo tiempo que lo hacía Varian.

—  ¡Vamos, Merigold! A no ser que quieras ser tú la siguiente —  las lágrimas empañaban los ojos azules de la rusalka y la voz se proyectó otra vez en su mente, «Vamos, joven guerrera, la vida te ofrece una segunda oportunidad. La venganza es parte del ciclo. No cometas el error de malgastar tu aliento. No mires atrás.»

Merigold enfundó su arma. Se encontraba en una especie de trance. Su mirada estaba puesta en el rostro sin vida de Varian, aún no podía creer que estuviese muerto. Énerit agarró el pescuezo de la rusalka como si fuera una marioneta y la guio fuera de Acrol.

— Vamos, tu vida está a punto de cambiar.


— ¡Concéntrate! — Énerit abofeteó con fuerza la mejilla de Merigold. Rash miraba impasible la escena.

La bruja había llevado a la rusalka hacia el oeste, hacia el pueblo de Roenik. Allí tenía su base de operaciones y experimentaba con los incautos habitantes del pueblo. A priori parecía un lugar como cualquier otro, pero bajo la gran catedral de piedra se ocultaba la malvada bruja. Las catacumbas le servían de guarida para completar la misión que El señor de la luz le había encomendado.

— ¡Lo intento! — Merigold enfrentó las palmas de sus manos dejando un hueco entre ellas. Un diminuto destello verde comenzó a tomar forma esférica. La energía recorrió el cuerpo carmesí de la rusalka desde la punta de sus pies hasta sus cuernos. Sin embargo, la esfera se convirtió en destello y el destello en silencio.

—Eres un insulto para nuestra raza. No sé qué habrá visto El Maestro en ti. Vámonos, Rash. Mañana lo intentaremos de nuevo.

La mujer y el hombre encapuchado abandonaron la sala de pruebas y se adentraron en el gigantesco pasillo de columnas. El taconeo de Énerit rebotaba en las paredes de piedra, aquel sonido era tan ruidoso como los gritos de su creadora. Merigold se tumbó en un catre que Rash le había preparado, estaba exhausta. El entrenamiento de Énerit la agotaba cada día más y no era capaz ni de conjurar una simple esfera de esencia. Habían pasado varias semanas desde que abandonó La Cloaka, pero los ojos marrones de Varian no habían dejado de perseguirla en ningún momento. Todos a cuantos amaba habían sufrido un destino terrible. Al menos, estando sola no podría hacerle daño a nadie.

El tiempo bajo la catedral dejó de tener sentido para Merigold, no sabía cuando amanecía ni cuando la noche reinaba. Solo hablaba con Énerit y Rash. El hombre mantenía largas charlas con la rusalka donde le contaba la importancia del equilibrio en Azímur. Le hablaba sobre la existencia de la luz y la procedencia de la oscuridad. La oscuridad, como él la llamaba, estaba alojada en cada una de las criaturas mágicas y les otorgaba la capacidad de manipular la esencia del continente, de crear prodigios y manipularlos a su gusto. En cambio, la luz pertenecía a los humanos y les entregaba la creencia de poseer la verdad absoluta, un don que cada individuo interpretaba de una forma distinta. Por ella se empezaban guerras y se sanaban a los heridos. Por la luz se realizaban actos deleznables, aunque también servía como propósito común. Los humanos odiaban a las criaturas mágicas por naturaleza, pero ninguno de ellos se había alzado para reivindicar lo que ellos en su fuero interno creían como un derecho. Hasta que apareció El señor de la luz.

— ¿Tú le sirves? ¿y por qué lo hace Énerit? Ella es una criatura mágica, como yo — Preguntó Merigold a Rash sentados en una mesa a la luz de una pálida vela. Rash tenía la cara tatuada, jamás se desprendía de su túnica negra y sus ojos se ponían en blanco cuando buscaba a alguien en su mente, pero, a pesar de esa apariencia, era muy amable con Merigold.

— El Maestro es una anomalía, joven guerrera. Al igual que lo fueron los portales que asolaron El Límite. Cuando uno de los brazos de la balanza se inclina, el otro debe ejercer un contrapeso. La luz se está desvaneciendo y El señor de la luz ha sido enviado para restaurar el orden. Énerit solo es un peón en este gran plan, joven guerrera. Al igual que tú.

— Eso lo comprendo, pero entonces… ¿Tú de qué parte estas? ¿Qué eres?

— Yo solo observo, joven guerrera, y he observado algo diferente en ti, aunque no eres la única. Presiento un cambio en Azímur, los individuos ya no son luminosos u oscuros. Contienen una mezcla de ambos. — Aquella confesión parecía tener a Rash realmente preocupado —. El miedo al cambio será desgarrador para muchos y se opondrán a él con todas sus fuerzas. El miedo hará que muestren su verdadera cara y lo que antes era una guerra entre dos bandos, se convertirá en una masacre. Énerit no es tan despiadada, simplemente ha elegido un bando.

— ¿Y por qué soy tan importante, Rash? No puedo ni hacer una mísera bola de esencia. ¿Para qué me quiere el señor de la luz? —Rash se levantó del taburete de madera y enfiló la puerta.

— Tu destino será revelado con el tiempo. Formas parte de un gran juego y seguro que sabrás desempeñar a la perfección tu papel. Dentro de varios meses, acudirá a Roenik una chica pelirroja con dagas en su cinturón. La he visto en mis sueños y su tenacidad es admirable.

— ¿Qué debo hacer? —preguntó la rusalka acariciando suavemente su colgante esmeralda.

— Encuéntrala. Es como tú, Merigold — Rash nunca había pronunciado su nombre antes y ella contuvo el aliento —. Es gris.

El encapuchado abandonó la sala y Merigold nunca más volvió a verlo. Se había marchado para no volver.


Las semanas se convirtieron en meses para Merigold. El duro entrenamiento al que estaba sometida había comenzado a pasarle factura; su piel roja se estaba volviendo naranja y sus ojos solo sabían mostrar tristeza. Énerit la castigaba casi a diario por no cumplir sus expectativas y Merigold aceptaba la sanción a modo de expiación. Cada día se reprochaba la muerte de Varian, la cojera de Timmy y la transformación de Dilia como si ella misma hubiera perpetrado aquellos actos. La culpa la acechaba a cada paso que daba hasta que, de forma inexplicable, dejó de culparse y comprendió que ella también había sido una víctima del infortunio. Justo en ese precioso día, conjuró su primera esfera de esencia. Una bola verde que emanaba poder y rabia. Énerit la miró con orgullo y malicia, ya estaba lista para salir al exterior.

La bruja condujo a Merigold hacia la plaza de la catedral, donde unos lugareños estaban celebrando una festividad pagana sirviendo cerveza y otras bebidas en una barraca hecha de cañas y pajas.

—  Es el momento, Meri – susurró Énerit oculta bajo una capucha, pues los humanos no podían saber que ellas estaban allí — . Debes atraer a uno de ellos hacia las catacumbas.

—  Así lo haré – contestó con decisión.

A Merigold no le fue difícil engatusar a uno de los borrachos prometiéndole una noche inolvidable bajo la catedral, tenía práctica en el arte del engaño. Le llevó escaleras abajo mientras que el hombre no para de hipar y soltar sandeces. Una vez en la sala de las columnas, Énerit durmió al sujeto con una poción y lo sentó en una silla.

—  Has conseguido extraer la esencia de tu collar y darle forma, muchacha, pero ha llegado el momento de que extraigas la esencia de un espécimen vivo. Es la hora de alimentar al demonio que hay en tu interior. ¡Es la hora de que te conviertas en una auténtica rusalka! – la voz histérica de Énerit inundó la sala y un escalofrío recorrió la espalda de Merigold.

Merigold empezó a sentirse atraída por aquel humano, pero de una forma completamente antinatural. Le veía como un plato delicioso, incluso podía saborear su olor, deseaba devorarlo. Estaba hambrienta. Muy hambrienta.

El movimiento fue involuntario, como un abominable acto reflejo. Levantó ambas manos hacia el humano y dos hilos verdes brotaron de su pecho hacia Merigold. La rusalka estaba temblando descontroladamente mientras la esencia abandonaba el cuerpo del hombre y alimentaba al ser que Merigold ocultaba de su interior. El hilo se cortó, la rusalka volvió a intentarlo, pero Énerit posó su mano sobre el hombro de Merigold.

— Se acabó – dijo lentamente con una sonrisa en su boca.

La razón volvió a Merigold y pudo ver realmente lo que había hecho. El hombre estaba completamente consumido sobre la silla con una expresión de horror absoluto en su rostro. Solo quedaba piel, huesos y ropa.

 — ¿Qué he hecho? – se preguntó llevándose las manos a la cabeza.

— No es nada personal, simplemente te has alimentado – dijo agarrándole la barbilla a Merigold para levantarle la cabeza. La bruja clavó su mirada en los ojos azules de la joven rusalka—  . Por fin tu bestia ha despertado, Meri, ahora estás completa. Tus poderes se han incrementado y estás lista para conocer al señor de la luz. Él te dirá qué debes hacer. Mañana partirás hacia el sur hasta llegar a Rádim, allí le encontrarás sentado en su trono dorado. También encontrarás a tu hermana Dilia, ella ya ha jurado lealtad a nuestro señor. ¿Harás lo mismo?

Merigold asintió.


A la mañana siguiente, una carreta tirada por dos caballos negros esperaba a Merigold.

— ¿Qué harás tú? – preguntó la joven rusalka cargando una bolsa al hombro, era el único equipaje que necesitaba.

— Aún tengo mucho trabajo por aquí. ¿Ves al hombre que dirige la carreta? – dijo señalando al humano harapiento y con cara de bobalicón que se apostaba encorvado en el asiento delantero.

— Sí.

— Es un pequeño experimento. Les he llamado doblados porque se doblegan a mi voluntad. Harán lo que yo les ordene hasta que la tarea se cumpla o mueran en el intento.

— ¿Cómo?

— Con un brebaje marca de la casa – confesó con una sonrisa maliciosa—. A los humanos les encanta emborracharse y ¿Quién soy yo para impedírselo? Solo le he añadido un ingrediente secreto a su preciada bebida, una hierba muy especial que crece en los alrededores de Roenik llamada strong. La planta tiene un efecto muy interesante sobre los humanos, elimina por completo su voluntad. Además, produce una fuerte adicción, así que no tengo que preocuparme porque dejen de tomarla. Si notas cualquier atisbo de libre albedrio, le ensartas con tu espada o te lo comes – dijo guiñándole un ojo. Desde que Merigold completó su ritual de iniciación, Énerit había sido muy amable con ella, como si ya formasen parte del mismo bando.

La espada de Timmy relucía en el cinto de Merigold y esta la acarició levemente. Recordó fugazmente a sus amigos y sus trágicos finales, les pidió perdón por última vez. También recordó las palabras de Rash que le hablaban sobre la chica pelirroja, pero no podía quedarse en Roenik, debía reencontrarse con su hermana. Tampoco quería convertirse en ninguna heroína, solo deseaba vivir una vida tranquila junto a Dilia, aunque en su interior sabía que ese deseo jamás se cumpliría.

Montó en el carro y se despidió de Énerit. «No mires atrás», se dijo, y partió al sur en busca de su destino.


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