Amo la Navidad, es la mejor época del año. No hay que ir al cole, ni madrugar, ni hacer deberes. Podemos comer dulces y mamá siempre hace unas comidas riquísimas. Pero lo que más me gusta es que también viene Papá Noel. Mis amigos dicen que es un cuento para que nos vayamos antes a la cama, pero yo creo en él. Siempre se come las galletas y la leche que le dejo en la mesita de mi cuarto. Mi papá dice que es muy importante para que pueda entregar todos los regalos. Yo me imagino a Papá Noel como un tipo gordo y con barba, vestido entero de rojo y con un gorrito emplumado. Al menos, es como lo ponen en la tele.

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El día de su llegada yo estaba de lo más entusiasmado. Mi primo Fernando se había quedado a dormir en mi habitación. La verdad es que no me cae muy bien, siempre está molestándome y quitándome los juguetes. Me saca dos años y se cree que es el mejor en todo lo que hace. Yo pienso que es un idiota.

Preparé la mesita con la leche y las galletas que mi mamá había hecho el día anterior. Fernando dijo que era una bobada, que Papá Noel no existía y que se iba a levantar por la noche a comerse las galletas. Decía que los papás son los que dejan los regalos debajo del árbol de navidad. Aún así, yo dejé la mesa lista y me acosté con una sonrisa de oreja a oreja pensando en que ojalá me trajera lo que le había pedido.

A media noche, escuché un ruido y automáticamente pensé que era el idiota de mi primo comiéndose las galletas. Me di la vuelta para  ver un bulto negro en la cama de Fernando, él no había sido, pero la puerta estaba abierta. Me levanté frotándome los ojos e intentando ver algo en la oscuridad. Palpé los cajones hasta dar con una linterna que usaba bajo las sábanas los días que no quería estar a oscuras. Apunté la linterna hacia la mesilla donde estaban las galletas. Ya no estaban. Papá Noel había llegado.

Me deslicé como un ninja por el pasillo hasta llegar a las escaleras que conducían al piso inferior. Agudicé el oído y pude escuchar unos pasos pesados en la planta de abajo. Agarré los barrotes de la barandilla y me puse de cuclillas esperando a que Papá Noel saliese por la puerta de casa. Los pasos se oían en el salón, por un momento pensé que podrían ser mamá y papá colocando los regalos y que Fernando tenía razón, pero también pude escuchar unos ronquidos provenientes de la habitación de mis padres, así que solo podía ser él.

Me armé de valor y comencé a bajar lentamente las escaleras haciendo el menor ruido posible. Quería ver a Papá Noel y decirle que había sido un niño muy bueno durante todo el año. Los pasos comenzaron a moverse hacia la entrada. Una sombra larga con un saco muy pesado a la espalda se presentó en la entrada. Abrió la puerta de casa y, antes de que yo pudiera decir nada, me miró muy fijamente. No le vi bien la cara, pero no parecía Papá Noel, no estaba gordo ni vestía de rojo, aunque sí llevaba un gorro con una bolita en la cabeza. Movió un dedo muy delgado a los labios y se marchó. Salí detrás de él, sin embargo, cuando abrí de nuevo la puerta, ya se había ido. El portón se cerró tras de mí y tuve que llamar al timbre para que mis padres me dejaran entrar. Bajaron enseguida y les conté lo que había visto. Se asustaron mucho y fueron a llamar a Fernando, pero no estaba. Papá Noel se lo había llevado.