Volver al Codex Azímur 🌀


—¡Yo lo haré! —dijo un fornido enano levantándose súbitamente del taburete y apoyando ambas manos en la mesa de roble.


Todos los presentes se giraron para ver quién se había atrevido a aceptar el contrato. Tras unos segundos de absoluto silencio, rompieron en carcajadas y burlas.


—¿De qué os reís, malnacidos? Yo daré caza a la bestia y ensartaré su cabeza en una pica a las afueras de Soho. Las gentes de Azímur recordarán mi nombre y mi apodo, Stink el Matamonstruos.

Las risas en la taberna aumentaron junto al enfado de Stink.


—¡Oye, enano! Deja este trabajo para los hombres de verdad —dijo un acorazado humano de bigote rodeado de otros humanos igualmente fortificados. Los cinco tenían una placa en el pecho con una moneda y dos espadas cruzadas, la marca de los cazarrecompensas.


—¡JA! —exclamó un poderoso orco de piel verde desde otra mesa—. Los orcos nos encargamos, las diez mil nedas serán nuestras y te daré unas monedas para que te afeites ese ridículo mostacho, humano. —Rio el orco con su pandilla de pieles verdes mientras daba un largo trago de jote y eructaba.


—¿Qué has dicho, escoria? —preguntó el cazarrecompensas desenvainando la espada—. Voy a hacer que vuelvas con la gorda de tu madre, pero en una caja de pino.


—¿Que mi madre está gorda? En tu pueblo tuvieron que construir dos tabernas, una para las personas y otra para tu madre —dijo el orco sacando su garrote con pinchos incrustados.

—¡Señores! —exclamó el pequeño humano que portaba el contrato—. Todos queremos a nuestras mamis.—Los presentes asintieron—. Aclarado esto, nada impide que varios grupos de guerreros participen en la caza. El primero que traiga la cabeza del monstruo obtendrá las diez mil nedas. Ahora, que comience la pelea.


La taberna se convirtió en una batalla campal llena de improperios y rencillas pasadas. Las sillas y botellas volaban, pero una sombra se mantenía impasible sentada en un rincón, fumando una pipa bien cargada y contemplando el espectáculo dantesco que El Retal le ofrecía.

Tras media hora de pelea, el grupo de orcos y el de cazarrecompensas consiguieron abandonar de una pieza la refriega. Sendos equipos se sentaron en unos bancos de madera próximos a la taberna a recuperar el aire, mientras el pequeño contratista agitaba la cabeza y miraba con lástima a aquellos héroes de poca monta.


—¡Oye, humano! —dijo el líder orco dejando su garrote en el suelo—. Estoy cansado, pero seguro que aún puedo complacer a tu madre.


—Juro que te mataré —contestó el cazarrecompensas jadeando. Tenía los ojos cerrados para concentrar todas sus energías en respirar.


Una voz conocida calmó los ánimos.

—¿En qué dirección está la bestia? —preguntó Stink aproximándose al contratista.


—¿Cuándo has salido? Llevo todo el rato en la puerta.


—Este tipo me sacó de la pelea hace rato —contestó el enano señalando al misterioso hombre que le acompañaba. Iba enfundado en una armadura negra y portaba un yelmo de igual color que le tapaba la cara—. Dice que se une a mi equipo, pero que no quiere dinero. Quiere una audiencia con el gobernador de Soho.


—Eso es imposible, el gobernador no da audiencias.


—También me ha dicho que si te niegas, te haga esta pregunta: ¿quieres que tu cabeza vaya en la misma bolsa que la del monstruo o una separada? —El misterioso hombre asintió y se cruzó de brazos, haciendo sonar la metálica armadura.


El tono del pequeño humano cambió a un blanco pajizo y meditó la respuesta unos segundos.

—De acuerdo, de acuerdo. Te conseguiré una audiencia. El primero de los tres equipos que consiga la cabeza de la lúmira se hará con la recompensa.


Al escuchar el nombre de la criatura, los orcos y los humanos se miraron sorprendidos.


—¿Una lúmira?—preguntó el orco con cara de pasmado—. No es que esté asustado, pero son muy peligrosas. ¿Qué hace un monstruo así tan lejos de El Límite?


—Eso no es asunto tuyo. —El contratista giró el rostro hacia el enano y el caballero negro—. Mañana por la tarde abandonaré la región de La Cloaka, si para entonces tengo una bolsa con una cabeza de mujer y una pinza de escorpión, alguien recibirá su justa recompensa.


Guiados por las indicaciones del contratista, los tres equipos marcharon al noroeste en busca de la bestia.

—Enano—dijo uno de los cazarrecompensas—, ¿alguna vez has visto a una lúmira?


—No —contestó el malhumorado Stink sin apartar la vista del camino de tierra que les conducía hacia la guarida de la lúmira.


—Pues te adelanto que no es una imagen agradable. Antes de que Róderick me reclutara, yo vivía en una aldea cerca de la Confederación. Un aciago día, una de esas cosas apareció en mi aldea y dio cuenta de todo. Destruyó el granero, el molino y los establos. Además, se llevó a algunos desafortunados granjeros para devorarlos en su cueva. Quince hombres fuimos tras ella, pero no conseguimos hacerle frente, tan solo conseguimos cercenarle una de sus ocho patas. Casi todos mis amigos murieron ese día.


—¿Tan torpes sois con el arma que ni entre quince pudisteis acabar con el monstruo? —dijo el enano bravucón.


Uno de los orcos intervino. Por sus cicatrices parecía haber luchado en mil batallas.

—No sabes de lo que hablas, mediohombre, una lúmira es una aberración de la naturaleza. Mitad mujer, mitad escorpión, conserva lo mejor de cada parte, la fuerza y agilidad del animal, mezclado con la astucia e inquina de las hembras. Eso sin mencionar el emponzoñado aguijón de su espalda y sus dos afiladas pinzas. Los orcos las llamamos segadoras.


—Si las mujeres en Azímur ya son malas de por sí—añadió el líder humano—, imagina una que encima te pueda partir en dos como una rama. De normal, empiezan mintiéndote, luego te roban y, finalmente, te matan. Las lúmiras se saltan los dos primeros pasos y creo que mi mujer ya va por segundo—acabó la frase con una risotada que contagió al grupo de humanos y orcos.

—¡Bobadas! —exclamó el enano—. Queréis asustarnos para cobrar la recompensa…—Antes de que pudiera añadir nada más, el caballero negro le interrumpió.


—Ya hemos llegado—dijo seriamente sacando dos dagas del cincho y señalando con una de ellas la oscura cueva que se presentaba ante ellos. Un rastro de huesos y un hedor a putrefacción se extendían hasta el cubil—. Desenfundad.


Los tres equipos avanzaban lentamente, armas en mano, por la oscura cueva. Cada paso resonaba por la estancia como un eco siniestro que vaticinaba la llegada de un gran mal.


—Humano—susurró Stink—, ¿cómo termina la historia de la lúmira?


—No es el momento, solo te diré que igual que vino se fue. No volvimos a verla. Supusimos que fue a atormentar a otra gente y no hablamos más del tema.


—Callaos ya, malnacidos. ¿Las furcias de vuestras madres no os enseñaron nada? —dijo furioso el líder orco.


El humano, el cual portaba un pesado martillo de guerra, exclamó iracundo:

—¡No insultes a mi mami! —Y cargó contra el desprevenido piel verde.


El grupo de orcos y el grupo de cazarrecompensas se enzarzaron en una refriega que provocó un estruendo terrible en toda la cueva.


Cuando uno de los humanos ensartó a un rival con su espada, la pelea tomó otro matiz. Ya no había lugar para las medias tintas. Solo abandonaron la lucha cuando un chirrido proveniente de las profundidades alcanzó sus oídos.


—Menuda panda de idiotas —dijo el caballero negro con un fino tono metálico en su voz—. Esto va a ser duro, enano. Prepara tus hachas para el combate e intenta no morir.


El enano miró extrañado a la figura.«¿Quién eres? No pareces un hombre normal», pensó, pero la sombra de un gigantesco monstruo en el fondo del cubil apartó toda duda de su cabeza. Los movimientos de la criatura eran rápidos y no dejaba de lanzar chirridos ensordecedores.

La visión de aquel ser era mucho más aterradora de lo que el cazarrecompensas le había pintado. La base de la criatura era un cuerpo de escorpión recubierto de un exoesqueleto negro formado por placas a modo de pequeños escudos, y en donde debería estar la cabeza del animal, brotaba un cuerpo de mujer pálido y ennegrecido por la suciedad de la cueva. La cola del alacrán se contoneaba amenazante sobre la diabólica cabeza de la hembra y escudriñaba minuciosamente a sus huéspedes con deseos de sangre y muerte. Aunque hubo un curioso detalle que no pasó desapercibido, le faltaba una de sus ocho patas.


Un par de orcos huyeron despavoridos hacia la salida, pero la lúmira hizo un rápido movimiento corriendo por una de las paredes y los alcanzó con una velocidad pasmosa. Agarró a los dos guerreros con sus poderosas pinzas y, entre risas maníacas y gritos, los partió por la mitad desparramando sus entrañas por el suelo de la cueva.


Róderick alentó a los suyos en un intento desesperado por levantar los ánimos y salir de allí con vida.

—Vamos, muchachos. No vamos a dejar que este monstruo acabe con nosotros. Nos hemos enfrentado a cosas peores. ¡A por ella!


La lúmira despachó rápidamente a dos humanos con sus pinzas y de un coletazo dejó fuera de juego a otro más. Róderick logró alcanzar con su acero el costado de la mujer, mientras que con su escudo se defendía de las patas del monstruo. La lúmira lanzó un chillido de dolor y un río de sangre roja comenzó a brotar de su blanquecina piel. El ser embistió con sus pinzas al humano y clavó su largo aguijón en la espalda de Róderick, que cayó inmóvil como una estatua al suelo.

Con la distracción de los cazarrecompensas, el caballero negro había logrado tomar la espalda de la lúmira. Apoyándose en un terreno elevado, el caballero saltó encima de la lúmira hundiéndole en el lomo dos de sus dagas. El monstruo se revolvió entre chillidos ensordecedores y consiguió sacarse a su adversario de encima. La fuerte caída provocó que el caballero perdiese su casco y mostró a los que aún vivían su verdadero rostro.

Era una mujer. Una mujer humana de cabello rojo como el fuego y finos rasgos. Una cicatriz rosada recorría su ojo derecho y se podía apreciar una determinación fuera de lo común en su mirada. Los presentes quedaron atónitos, se notaba que jamás habían visto a una mujer guerrera y menos a una que luchase como esa.


La lúmira, furiosa por las heridas, arremetió contra los orcos que restaban. Empaló a uno con sus agudas patas y dejó inconsciente al líder orco con un fuerte golpe de su pinza. Solo quedaban dos enemigos que asesinar. El enano y la humana.


Stink corrió a ayudar a su compañera, la cual se postraba de rodillas por la caída, pero la mujer rechazó su mano y con frialdad en su voz, dijo:

—Yo me encargo.


La humana sacó dos nuevas dagas de su cinturón y caminó lentamente hacia su objetivo murmurando unas palabras:«Soy una con el viento, el viento está conmigo». Lo repetía como un mantra con las dagas en guardia y sin apartar la vista de la lúmira que chillaba rabiosa castañeando sus poderosas pinzas.


Aquello se había convertido en una danza de guerra. El monstruo se mostraba reticente a atacar y su instinto parecía advertirle del creciente poder de su enemigo.


Una capa transparente comenzó a envolver a la humana y, cuando cubrió todo su cuerpo, cargó contra la lúmira a una velocidad increíble. Antes de que el monstruo pudiera reaccionar, la humana sesgó una de sus patas. Y otra. Y otra. El ser intentaba desesperadamente atrapar a la mujer pelirroja que seguía dañando sus partes bajas. La lúmira se rindió ante las heridas y se derrumbó ante su adversario.


La humana se enfrentó victoriosa ante el monstruo que intentó un último ataque con su aguijón. La mujer esquivó con facilidad el ardid y cortó de un tajo la cabeza de la lúmira.


La misteriosa asesina se acercó al líder de los cazarrecompensas, aún respiraba y se debatía entre la vida y la muerte.

—Tenías razón, las mujeres de Azímur somos malas de por sí. Os mentimos, os robamos.—Cogió el pequeño blasón de los cazarrecompensas—. Y, finalmente, os matamos—terminó la frase clavando una de sus afiladas dagas en el corazón del bigotudo hombre.

—Eres… Eres un caballero —dijo Stink con una mezcla de miedo y respeto.


—Una guardiana, si no te importa. Especializada en Audacia—contestó la mujer pelirroja enfundando sus dagas.


—Eso ha sido increíble, ¿cuál es tu nombre, poderosa guerrera?


—Hóllow.


—¿Sin apodo? Yo soy Stink, el Apestoso.


—Hóllow a secas, ¿tu objetivo era cazar a la bestia para cambiarte el sobrenombre? Eso es imposible. Los apodos en Azímur no cambian nunca y son otorgados por una característica imposible de borrar. —Hóllow cargó la pinza y la cabeza de la lúmira en uno de los caballos huérfanos de los cazarrecompensas y subió a otro.


—Tú no tienes sobrenombre —dijo extrañado el enano.


—Yo… —La voz de la guardiana se quebró—. Yo ya no tengo nada. Solo vagar incansablemente por Azímur y aceptar estos estúpidos trabajos para sobrevivir. Mi objetivo ahora es hablar con el gobernador de Soho para aclarar algunas cosas y rajarle el cuello, si es necesario.


—Te acompañaré, odio mi vida actual y te puedo ser de ayuda —dijo el enano ensanchando una sonrisa—. Me conozco estos territorios como la palma de mi mano.


—Viajo sola y a ti ya te conocen por aquí —añadió secamente.


—Me cambiaré el nombre, lo único valioso que tengo. Ahora seré… Dránim. Dránim a secas. Llevaré capucha y seré una sombra.


Hóllow miró de reojo a su acompañante y esbozó una leve sonrisa.

—Puede que lleve sola demasiado tiempo, un poco de compañía no me vendría mal. Sube al otro caballo.


Stink, ahora renombrado Dránim, soltó una risotada y un grito de júbilo.


Ambos galoparon hacia El Retal, la posada de la que habían partido, en busca de la fortuna prometida y la remota posibilidad de poder tener una audiencia con el gobernador de Soho.

FIN


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