La Tablilla Sagrada. Parte 1


La arqueóloga consiguió dar esquinazo al ser que la perseguía y encontró un pequeño paso de rocas flotantes por el que cruzar el río. Estaba completamente agotada por la huida, pero no podía detenerse.

Tanteó las piedras que sobresalían del agua. Parecían bastante sólidas. No es que fuera una deportista nata, sin embargo esa situación la estaba llevando al límite y caminaba por las rocas con la gracia de un equilibrista borracho.

Hacia la mitad, un nuevo susurro se hizo eco en su cabeza “Selena. Selena. Devuelve la tablilla o sufre mi ira”.

 – ¡Que te den! – gritó la mujer a la nada tensando todo su cuerpo. El brusco movimiento hizo que las llaves del jeep cayeran al río y la corriente las engulló rápidamente. – Mierda. – Fue lo único que acertó a decir.

Selena siguió corriendo atravesando la jungla y rezando por encontrar el camino de tierra que había recorriendo en jeep con su desdichado guía. Cada vez estaba más perdida y la vegetación no le daba ni un segundo de tregua.

El calor extremo la estaba asfixiando y notaba como unos ojos la observaban desde todas las partes de la selva. La paranoia la estaba consumiendo. Tropezó con unas desafortunadas raíces y cayó al suelo torciéndose el tobillo derecho.

Selena se arrastró penosamente y apoyó su espalda contra el tronco de un árbol. Sabía que su fin estaba próximo, así que se aferró a lo único que le quedaba. La tablilla.

El ser se presentó ante ella. La repugnante silueta que conformaban los tentáculos retorciéndose y el ominoso olor a podrido provocó una mueca de asco en la mujer.

 – ¡No te acerques a mí, monstruo!

– ¿Te has atrevido a profanar mi altar sagrado y ahora me llamas monstruo? – La voz del ser no provenía de la figura que tenía ante ella, estaba en su mente como una conciencia diabólica.

– ¿Qué eres entonces?

 El ser comenzó a reír en su cabeza eclipsando todos sus demás pensamientos. La jungla se convirtió en una oscura pesadilla llena de horrores deformes y figuras espantosas que se estiraban y encogían, se destruían y volvían a construirse. Una corona brotó del encapuchado como si formara parte de su propio cuerpo. – Soy un primigenio, un gobernador, un tirano, un rey… “El Rey de Amarillo”, me llaman algunos. Puede que mi hermano sea un destructor de mundos, “Aquel que volverá a levantarse”, pero no es esa mi intención, querida intrusa. Yo estoy por encima del deseo primitivo. Te he traído hasta aquí, Selena, para que te conviertas en la piedra angular de mi resurgimiento.

 – ¿Qué? – Preguntó aterrada.

 – Los humanos serviréis al Gran Plan como ya lo hicieron otras civilizaciones antes que la vuestra. Solo estaba comprobando tu resistencia. Las mentes débiles acaban consumidas por mi gran poder, aunque tú pareces ser mucho más tenaz. El único humano en siglos capaz de adentrarse en mi ciudad y tener la osadía de robarme.

Selena sacó la tablilla, un pequeño martillo y un cincel. Apuntó con el cincel justo en el centro del símbolo cósmico y amenazó con golpearlo. – Aléjate de mí o destruiré la tablilla. –La ser retrocedió.

– Juegas con poderes que no comprendes, humana.

– Solo comprendo que esto es valioso para ti. – La locura se había apoderado por completo de la cara de Selena.

 – ¡Basta de insolencias! Obedece a tu nuevo rey.

Una sensación de dolor insoportable se hizo patente en la arqueóloga que soltó los utensilios y se llevó las manos a las sienes aullando con todas sus fuerzas. Sentía como si los ojos fueran a escapar de sus órbitas y el corazón del pecho. Notaba temblar todo su cuerpo y, por un momento, pudo verse a sí misma de pie observándose con cara de incredulidad. Su fantasma tenía la tablilla entre las manos y se la entregaba a aquella aberración. Fundido a negro.


– Buenos días, Selena – dijo el rector de la universidad sentado en su cómodo sillón. – Ya veo que te has recuperado del tobillo. Estamos analizando la pieza que trajiste. Es fascinante, contiene un lenguaje nunca antes visto. Puede que estemos ante la nueva Piedra Roseta, – Celebró el hombre que meses antes la llamaba Selena “la Loca”.

– Me alegro mucho, señor rector. Espero con ansia conocer la conclusión a la que llegan los expertos. De momento, y si no le importa, voy a tomarme unos días de vacaciones.

– ¡Por supuesto! Los que necesites. Buen trabajo.

La arqueóloga abandonó el despacho sonriendo y se dirigió a la puerta de la universidad. Antes de salir, acarició el nuevo medallón que colgaba de su magullado cuello. Un medallón de piedra con un símbolo extraño tallado en él. Un círculo del que brotaban tres látigos. Por los ojos de Selena pasó sinuoso un destello de color amarillo y abandonó el edificio para nunca volver.