Loca la llamaban. Selena la Loca más concretamente. Ahora dejarían de hablar a sus espaldas: «¿Arqueología en Oceanía? Ahí no hay nada que descubrir».

Estaba en un yacimiento australiano con más de ochocientos años de antigüedad y había encontrado un objeto de una cultura nunca antes vista. Cuando confirmara su hallazgo, cambiaría todos los conceptos conocidos de la historia antigua.


Selena había atravesado la jungla australiana guiada por las indicaciones de los lugareños que continuamente la advertían del peligro que se escondía en lo profundo de la frondosa selva. Decían que el mal y la locura se apoderaba de todo aquel que profanaba las ruinas de N’gha. A Selena no le importaban las consecuencias, a estas alturas no podía volver a la universidad con las manos vacías.

Había hecho un trato con un portentoso hombre negro que realizaba visitas turísticas a cambio de una miseria. El precio que la arqueóloga le ofrecía era el sueldo de varios meses, pero se negó a llevarla más allá de lo que él consideraba como suelo maldito.

Ambos recorrieron gran parte del camino en un pequeño de jeep todoterreno, aunque tuvieron que bajar del vehículo cuando la carretera se volvió intransitable por la espesa vegetación. Caminaron un largo trecho pasando por un puente de tablas de dudosa resistencia que les permitía sortear el río. El guía llegó a su límite cuando encontraron un gran monolito con inscripciones de un idioma extraño. Numerosas calaveras, aparentemente humanas, decoraban la enorme roca.

-Lo siento, doctora. No puedo acompañarla más – dijo el negro con un inglés tosco. – Si sigue este camino llegará a las ruinas de N’gha.– Pronunció el nombre de la ciudad en un susurro como si intentara no despertar a alguien o a algo.-  Le esperaré aquí. No tarde. – La doctora asintió y le dio las gracias a su guía prometiéndole que no estaría mucho tiempo en las ruinas.

Caminó al menos durante media hora más hasta llegar a la derrumbada ciudad. Selena dedujo por los restos que los habitantes de N’gha poseían un conocimiento arquitectónico impresionante. La vegetación envolvía la mayoría de las ruinas, sin embargo un altar se erguía intacto en el centro. Atemporal. Como si el tiempo no hubiera pasado para él.

La arqueóloga inspeccionó concienzudamente el altar de piedra. En la parte alta se alzaba una estatua de un ser humanoide sin rostro y de su base salían tentáculos que se retorcían sobre sí mismos. El detalle era impresionante. Tanto, que la estatua casi parecía estar viva.

Selena no quiso alargar más su visita en N’gha, así que tomó una tablilla de arcilla inscrita con jeroglíficos indescifrables que reposaba sobre el altar y la guardó delicadamente en una bolsa de cuero marrón. El objeto poseía en el centro un círculo del que brotaban tres látigos. Aquel descubrimiento podría cambiar todo. Antes de abandonar definitivamente el yacimiento, la arqueóloga volvió la vista para apreciar por última vez la misteriosa ciudad. Algo la inquietó. La estatua del ser sin rostro había desaparecido. La mujer achacó la visión al cansancio, pero aligeró el paso para encontrarse cuanto antes con su guía y salir de allí.

La jungla se cerraba ante ella y le costaba recordar el camino de vuelta. Un fuerte dolor se gestaba en su cabeza y un calor asfixiante le recorría todo el cuerpo. El día menguaba y el temor de que aquel hombre la hubiera dejado allí tirada cobró fuerza. Exhausta, se sentó bajo un árbol a descansar. Su cantimplora estaba casi vacía, así que debía racionar la poca agua que le restaba.  Un susurró asomó en su oído como una voz lejana y tenebrosa “Devuelve la tablilla”. Selena agitó la cabeza sin hacer caso a lo que con toda seguridad era una alucinación y se puso en marcha de nuevo.

La arqueóloga llegó hasta el monolito donde se había separado de su compañero, pero una desagradable visión le desgarró el rostro. Su guía se encontraba apoyado en la roca con las cuencas de los ojos vacías y la mandíbula desencajada. Su piel había adquirido un tono gris y era como si le hubieran succionado la sangre de las venas.

Pasaron un par de minutos hasta que Selena pudo recomponerse. Tomó las llaves del jeep apartando la vista y evitando una arcada y se dispuso a cruzar el puente de tablas. Alguien la esperaba al otro lado del puente. Un ser sin rostro vestido con una túnica amarilla de la cual brotaban largos tentáculos a modo de piernas.

 – Devuelve la tablilla – dijo alzando un puntiagudo y putrefacto dedo hacia Selena.

– ¡No! – contestó firmemente. – Tendrás que arrebatármela de mis manos muertas.- Puede que la arqueóloga si estuviera un poco loca.

Corrió lo más rápido que pudo bordeando el río y buscando una forma de llegar al otro lado…


La Tablilla Sagrada. Parte 2