Cuenta la leyenda griega, que en la antigua Lidia, vivió una mujer famosa por su técnica de bordado y habilidad para tejer. Su nombre era Aracne y poseía en sus venas la sangre de los dioses, pues su padre era hijo del dios Apolo.
Durante años, Aracne perfeccionó el arte de tejer y las de gentes de Lidia quedaban maravilladas con los excelentes trabajos de la joven. Llegaron hasta tal punto, que comenzaron a alabar a la muchacha y a pensar que sus creaciones eran hechas por seres divinos.

No tardaron en llegar a los oídos de Aracne rumores que situaban su habilidad para la confección por encima de la mismísima Atenea, diosa de la sabiduría, la estrategia en combate, la ciencia y la artesanía. Aunque los rumores también fueron escuchados por la diosa, que enfureció de inmediato. Aquellas habladurías eran intolerables para el panteón olímpico, cualquier mortal que osase desafiar a los dioses o creerse mejor que ellos, debía ser castigado.
La ira de Atenea aumentó cuando supo de la soberbia de Aracne. La propia mortal pregonaba su habilidad divina para tejer y confeccionar, dejando de lado el culto a la diosa. Atenea, que era una diosa bondadosa, descendió del Olimpo y le ofreció a Aracne la posibilidad de redimirse. Se trasformó en anciana y advirtió a la joven que no debía ofender a los dioses y que debía realizar una ofrenda inmediatamente en el templo de Atenea. Sin embargo, la engreída Aracne se burló de la anciana y aseguró, más orgullosa que nunca, ser superior a la diosa en lo que a habilidad de tejer se refería. Incluso afirmó poder venderla en una competición. Atenea abandonó súbita su disfraz y aceptó el reto.
Ambas comenzaron la lucha por ver cuál de las dos era mejor tejedora. Atenea tejió la escena de su victoria ante Poseidón por el dominio de Atenas, la cual se llamaba así en honor a la gloriosa victoria de la diosa. La obra era un trabajo absolutamente impecable y la digna creación de un dios. Pero Aracne no solo hizo un buen trabajo, sino que creó algo simbólico. La leyenda cuenta que representó, en un solo tapiz, veintidós episodios de infidelidades perpetradas por los dioses mientras se ocultaban bajo el disfraz de un animal. Zeus siendo infiel a Hera con Leda, con Europa, con Dánae y con otras muchas más.

Al final de la competición, Atenea admitió que la habilidad de Aracne era perfecta, pero se enfureció por los dibujos plasmados en el tapiz. Perdiendo los estribos, la diosa destruyó la tela con su lanza y golpeó a la joven en el proceso. Aracne advirtió su insensatez al haber desafiado a los dioses y huyó a un bosque cercano. Embriagada por la vergüenza, se suicidó ahorcándose.
La diosa no quiso un final tan indigno para una mujer que había conseguido igualarla en habilidad, así que roció la cuerda con acónito, haciendo que esta se convirtiera en una telaraña y transformando a la propia Aracne en una gigantesca araña.

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