Cuenta la leyenda griega, que en la lejana Corinto, vivía el hombre más listo de su tiempo, aunque, ciertamente, no era el más sabio. Sísifo era el rey de aquellas tierras y así como su ancestro Prometeo, se atrevió a involucrarse en asuntos que solo incumbían a los dioses.

Sísifo encontró la forma de sacar provecho al descaro y la vanidad de las deidades Olímpicas. Un día, mientras paseaba por su reino, tuvo la suerte de presenciar el rapto de la hermosa Egina, la hija del dios fluvial Asopo, a manos de Zeus. El reino de Corinto era escaso en agua dulce, así que Sísifo decidió intervenir en aquella disputa.
El rey marchó hacia los ríos frecuentados por la deidad y arrodillándose lanzó su plegaria asegurando conocer el paradero de la joven. Asopo se personó ante Sísifo exigiendo saber dónde se encontraba su hija. “Saludos, gran Asopo. Sé quién es el culpable de tu dolor y quién retiene a tu hija bajo sus malvadas garradas, pero antes de revelarte su identidad, te pido humildemente que crees un manantial de agua dulce para abastecer mi reino”. El dios aceptó el trato de mala gana y partió al Monte Olimpo para rescatar a su preciada hija.
Zeus, el cual conocía la identidad de su delator, se enfureció de tal forma, que ordenó a Tánatos, el dios de la muerte, llevarse el alma de Sísifo al Inframundo. El rey quedó sorprendido con la pronta visita de la Muerte, así que urdió un plan para intentar escapar de esa situación. “Saludos, gran Tánatos, dios de la muerte y los caídos. Parece que ya ha llegado mi hora. No esperaba morir tan joven, pero confieso que es todo un halago que una divinidad tan magnifica haga acto de presencia en mi palacio. De los pocos dioses que conozco, Tánatos es la figura más distinguida y elegante. Antes de partir, me gustaría regalarle algunas alhajas que harán su presencia aún más grandiosa”.

Tánatos quedó complacido ante tantos elogios y decidió aceptar los regalos que Sísifo le ofrecía. El mortal le puso un par de pulseras y un collar dorado, mientras continuaba adulando al dios. Aquellas alhajas, como Sísifo las había llamado, no eran más que grilletes. El rey de Corinto había hecho lo que hasta entonces parecía imposible, había engañado a la muerte, y no solo eso, la tenía prisionera en su palacio.
El tiempo pasó en Grecia y la gente no moría. El reino de Hades no recibía nuevas almas. Las batallas no causaban ninguna satisfacción en el dios de la guerra. Así que Zeus entró en cólera y mandó a su hijo Ares, a liberar a Tánatos de Corinto. Sísifo ya sospechaba que los dioses intervendrían y preparó a su esposa para cuando ese día llegara. Le ordenó que tras su muerte, no realizara los ritos funerarios ni el sacrificio habitual a los muertos.
El mortal que había engañado a la muerte, se presentó ante Hades en el inframundo y recibió por parte del dios de los muertos una fuerte reprimenda. Sísifo agachó la cabeza y pronunció un discurso que había preparado antes de morir. “Noble señor del inframundo, lamento todo el daño causado y los estragos de mi deplorable acto, pero nunca fue esa mi intención. Si hubiera sabido el mal que causaría en el magnífico reino de los muertos, jamás hubiera procedido de esa forma. A pesar de estar en deuda con el todopoderoso dios Hades, tengo una súplica que hacerle. Mi despreciable esposa se negó a dar los debidos ritos funerarios a un rey tan amado por su pueblo. Desechó mi cadáver como un vulgar animal. Por ello, le suplico que me deje volver al mundo de los vivos por un día, y así, poder vengarme de mi esposa y realizar un ritual digno de este reino”. Hades aceptó la propuesta y dejó marchar al mortal con la condición de que volviera al anochecer de ese mismo día.

Sísifo regresó a Corinto en donde encontró a su mujer y ambos huyeron del reino. De esta forma, Sísifo volvió a engañar a la muerte.
Zeus permitió que el mortal viviera hasta la más anciana vejez, hasta su inevitable fin, y le encargó a Hades la tarea de que cuando volviera al inframundo, le diera un castigo como a ningún otro hombre.
Tras su muerte, Sísifo fue arrojado al Tártaro, donde cumplen condena todos los que se han atrevido a insultar a los dioses, y Hades hizo un trato con el mortal para burlarse de su inteligencia y resarcirse del engaño sufrido. “Si logras subir esta piedra a la cima de esa colina, te convertirás en un ser inmortal y jamás volverás a pisar mi reino”. Sísifo aceptó. La roca no era muy pesada, pero al llegar cerca de la cima, la carga se volvía casi imposible de mover y rodaba de vuelta al punto de partida.
Y así, Sísifo volvía a iniciar su imposible tarea… Nuevamente… Nuevamente y nuevamente, hasta que consiguiera subir la roca a la cima de la montaña. Algo que jamás ocurrió.

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Gracias por hacer recordar a los mitos greco romanos olvidados de las clases de literatura.
Un placer leerte
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Muchas gracias por comentar 🙂
Alguien tenía que revivir estos fantásticos castigos divinos ⚡
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