Érase una vez, hace mucho tiempo, en un lugar al que todos llamaban Reino Celeste, convivían los astros divididos en familias y gobernados por un rey.
Al que portaba la corona se le llamaba Astro Rey o Rey Sol, y todo giraba en torno a él y su hijo, Lorenzo, el cual debía casarse con la descendencia de otra familia y preservar su legado.
Después, estaba la familia de los Mercurios, que era la más próxima al rey y le aconsejaba en todas sus decisiones. Seguidamente, estaba el resto de dinastías;
La familia Venus, que se encargaba de las fiestas y de mantener las calles limpias.
La familia de los Marcianos, que siempre llevaba armas y aseguraba el reino de los invasores.
La familia de los Jupiteros, que eran los más inteligentes y siempre pensaban la mejor forma de repartir la comida.
La familia de los Saturnales, que era una de las más numerosas, se encargaba de las cosechas.
La familia de los Uraninos, los más raros de todos. Se pasaban el día sentados en sillas hechas de aire y miraban el cielo fascinados. El reino entero pensaba que estaban locos.
Y por último, la familia de los Neptuninos. Este linaje era muy especial, ya que no eran astros, sino gigantes de hielo que transportaban agua al reino sin cesar.

El reino vivía años de paz, hasta que llegaron unos extraños que se hacían llamar los Terrícolas. El Rey Sol reunió a todas las familias del Reino Celeste para debatir sobre si debían quedarse o no.
“No son astros, mi rey. No pueden quedarse.” Dijo el líder de los Mercurios.
“La familia Neptunina tampoco lo es y bien que nos ayudan con el agua.” Contestó el líder Jupitero.
“¡El cielo está muy raro hoy!” Exclamó uno de los Uraninos.
“¿Por qué seguimos invitando a estos dementes?” Preguntó con mala cara el líder de los Marcianos.
“Silencio.” Exigió el Rey Sol. “Los Terrícolas pueden quedarse en el Reino Celeste, pero no obtendrán un rango real.” La reunión acabó, aunque no todas las familias estaban de acuerdo con el veredicto del Rey Sol.
Un caluroso día, Lorenzo caminaba por las calles de su reino cuando se topó con una hermosa chica, una Terrícola, pero no se parecía a ninguna otra. Se quedó prendado de inmediato. Eran tan bella que hasta se ruborizó de solo mirarla.
Lorenzo se acercó tímido a la chica e intentó hablar con ella, pero tan solo balbuceaba cosas sin sentido. La chica rio ante su pésima actuación, “Hola, príncipe Lorenzo, ¿le ocurre algo?”
“N-No, yo s-solo… ¿Cómo te llamas?”
“Selene.” Contestó sonriendo. “Me tengo que marchar, príncipe, pero me alegro de que nos hayamos conocido.”
«Selene…» Pensaba Lorenzo mientras la veía alejarse.

Días después de aquel encuentro, los Marcianos declararon la guerra a los Terrícolas. Decían que no eran una dinastía y no tenían derecho a habitar el Reino Celeste. El resto de familias ayudaban a uno u otro bando, y tan solo los Uraninos permanecían al margen.
Lorenzo le habló a su padre sobre la chica que había conocido y el Rey Sol le prohibió terminantemente volver a verla. No casaría a su hijo con una mujer de clase baja. Sin embargo, Lorenzo desobedeció la orden e intentaba visitar a Selene cada vez que el Rey Sol dormía y el reino se tornaba oscuro.
La chica agradecía cada visita y no tardaron mucho en enamorarse. Se complementaban a la perfección y los encuentros se hacían cada vez más frecuentes. Ella le contaba historias sobre la noche y él le hablaba del día. La oscuridad velaba sus reflexiones y la mañana los obligaba a luchar.
El día más caluroso del año, la familia Venus organizaba una gran fiesta en honor a su rey. Durante la celebración, todas las dinastías del reino, incluida la Terrícola, se reunían en el dorado palacio del Astro Rey para bailar y festejar. El líder Marciano observó a los dos enamorados bailar alegremente juntos y cuando terminó la fiesta, ordenó a Cometa, el mensajero real, que espiase al príncipe.
Cometa siguió al príncipe hasta la casa de Selene. Volvió lo más rápido que pudo ante el líder Marciano y le contó lo que había visto.
Al día siguiente, el rey convocó a los Terrícolas y al resto de familias. No iba a tolerar que Lorenzo se comprometiese con una chica sin familia. Sería una deshonra para la dinastía del Astro Rey, pero conocía a su hijo lo suficiente como para saber que no la abandonaría tan fácilmente.
“He hecho llamar a todas las familias para terminar con esta contienda que está asolando el Reino Celeste. Hoy se celebrará una boda.” Los presentes murmuraban inquietos y extrañados, ¿Quién sería la familia afortunada? “Pero antes de nada, los Terrícolas han demostrado su utilidad en el reino, por lo que les otorgo el rango de familia.” Aquella frase provocó una explosión de reproches e insultos entre ambos bandos. Entonces, cuando parecía que la pelea iba a llegar a términos mayores, una palabra hizo desvanecerse a todas las demás.
“Eclipse.” Dijo el anciano líder Uranino. “Llamaremos a este día Eclipse.”
La sala se quedó en silencio unos segundos hasta que uno de los Saturnales gritó “¡Viva el Rey Sol y viva la familia de los Terrícolas!” A lo que el resto de familias coreó “¡Viva!”
Así es que, cada cierto tiempo y cuando la oscuridad es máxima en el reino, se puede observar en el cielo un anillo de boda que simboliza la unión del Sol y la Luna.
