Sabía que era mentira, sabía que todo era mentira y, aun así, lo hice, ¿por qué?

-Un fuerte aplauso para el señor Martínez – la gente allí reunida comenzó a aplaudir efusivamente y los más atrevidos coreaban mi nombre -. Gracias a sus valiosas investigaciones, la policía ha desenmascarado a un peligroso malhechor responsable del asesinato de cuatro jóvenes.

La celebración era al aire libre, pero me sentía más encerrado que nunca. Yo debía estar entre rejas y no él.

-Es todo un orgullo para el gremio de periodistas, que valientes periodistas como el señor Martínez se jueguen la vida en peligrosas tramas criminales con el fin de sacar a relucir la verdad.


La corbata me estaba ahogando, casi no podía respirar. No dejaba de sudar enfundado en mi impoluto traje negro, era el más elegante que tenía y solo lo usaba en ocasiones especiales. Nunca llegué a pensar que lo usaría en esta situación.


Mi mujer me dio un codazo para que subiera a la palestra mientras mi hija me miraba con sus pequeños ojos marrones y una sonrisa de oreja a oreja. Eso solo me hacía sentirme más miserable.


Enfilé el improvisado pasillo de sillas mientras mis compañeros continuaban sus aplausos y vítores. El hombre que me esperaba detrás del micrófono era ni más ni menos que el presidente, acompañado del jefe de policía y mi propio jefe de redacción. Sin duda, los tipos más importantes de la ciudad.


Comencé a subir lentamente las escaleras laterales que me llevaban al escenario y con cada paso me asaltaban furtivamente los recuerdos de mi cobardía…


-Martínez, ¿estás cubriendo la noticia del asesinato? – Preguntó mi jefe con su sempiterno desdén. Las palabras “gracias” y “por favor” habían sido borradas completamente de su vocabulario.

-Sí, estoy colaborando con el agente Juárez. He hablado con él por teléfono y ha solicitado que tengamos una reunión para ponernos al tanto de la investigación interna que están llevando a cabo – contesté mirando fijamente a los ojos de mi bigotudo y obeso superior.

-Mantenme informado de la situación y no hagas ninguna tontería – espetó. “Gracias jefe, siempre dando ánimos” pensé mientras asentía con la cabeza y me giraba hacia mi mesa.


Esa misma tarde iba a encontrarme con el agente para concretar la información que publicaríamos en el periódico sobre el caso del supuesto asesino. Estas quedadas clandestinas entre nuestra redacción y la policía se convirtieron en rutina cuando el nuevo jefe de policía fue designado, y resultaron realmente beneficiosas para nuestro periódico. Prácticamente teníamos el monopolio de los medio de comunicación. “La información más fiable de la ciudad”, se había convertido en nuestro eslogan.


Agarré mi sombrero beige, mi libreta de apuntes y me dirigí directo a la comisaría. Una vez allí, pregunté por el agente Juárez y me indicaron que me esperaba en una sala de reuniones habilitada para la situación. Escudriñé el pasillo hasta la sala de interrogatorios número 3 donde el agente esperaba pacientemente mi llegada.

-Hola, señor Martínez – dijo amablemente dándome un fuerte apretón de manos. El hombre era moreno, con gafas y el pelo corto, tendría unos cuarenta años.

-Hola, agente Juárez. Me alegra mucho conocerle por fin. Es la primera vez que me asignan una de estas peculiares misiones– dije alegremente.

-Llámeme Antonio. No se preocupe, es solo un trámite. Ya hemos hecho esto varias veces. El único requisito indispensable es la colaboración de la redacción y la plena participación de sus integrantes – terminó la frase con una sonrisa inquietante que no pasé desapercibido. – Tome asiento, por favor.


Me senté frente a él y saqué mi pequeña libreta de apuntes junto con una pluma regalo de mi mujer. Me disponía a escribir cuando el agente Juárez me interrumpió.

-No será necesario que apunte nada. La información es clara y concisa. Tardaremos poco. – La cara del agente había cambiado por completo, ahora era mucho más seria y sombría.

-No le entiendo – dije sorprendido.

-¿No le han dicho en qué consisten nuestros pequeños acuerdos?

-No. Domingo no me ha contado nada.

-Bueno, tendré que ponerle yo al tanto de la situación. – Antonio se quitó las gafas para limpiarlas y, en cuanto las colocó de nuevo en su lugar, comenzó a hablar. – Señor Martínez, tenemos cuatro hombres de color muertos en el puerto. Sabemos que distribuían sustancias ilegales entre sus iguales. El sospechoso era un cliente habitual de las víctimas y sus huellas están por todo el escenario. Usted ha hecho una labor de investigación y ha descubierto que el agresor ha sido ese otro hombre de color que, en un arrebato de ira provocada por su síndrome de abstinencia, arremetió contra ellos causando la muerte de los cuatro chicos. Es todo lo que necesita saber.- La cara del agente expresaba una severidad absoluta.

-Sigo sin entender, Antonio. Las víctimas fueron apaleadas hasta la muerte, ¿todo eso lo hizo un solo hombre? – La pregunta pareció no gustarle al agente.

-Mire, nosotros solo nos encargamos de sacar la basura de la ciudad y ustedes deben hacerse eco de ello. Para eso están los medios, ¿no? Para que la gente de a pie sepa lo que está ocurriendo. “La información más fiable de la ciudad”. – La conversación estaba tomando un tono extraño que no me estaba gustando en absoluto. Me ocultaba algo.

-No voy a inculpar públicamente a un inocente, señor Juárez – dije frunciendo el ceño y recostándome en la silla de plástico.

-En eso consiste nuestro trato, señor Martínez. – El policía puso un pequeño sobre blanco en la mesa y lo arrastró suavemente hacia mí. – Cómprele a su esposa y a su hija algo bonito. Invita la comisaría – acabó la frase nuevamente con esa sonrisa inquietante. No dije ni una palabra, tomé el sobre y salí de la comisaría tan rápido como pude…


-Vamos, señor Martínez. No tenemos todo el día – dijo el presidente animándome a subir los escalones más rápido.


Cuando llegué al centro del escenario, le di la mano a Domingo, al jefe de policía y, por último, al presidente que me cedió el micro y me susurró – Lo has hecho muy bien. – Con ese apretón de manos, acababa de sellar un trato con el diablo.


Sentía ganas de llorar, de gritar, de acabar con toda esta farsa. Por un momento, pensé en contar todo lo que había sucedido, que ese hombre era inocente, que los policías habían apaleado a los negros hasta la muerte, que el periódico solo contaba mentiras para manipular a los ciudadanos y que nadie se encontraba a salvo.
Me giré hacia el público y vi al agente Juárez sentado justo al lado de mi pequeña. Tenía esa maldita sonrisa de satisfacción en su cara. Esa inquietante sonrisa que no me había podido sacar de la cabeza.

-Muchas gracias a todos. Es un honor recibir este premio, no me merezco el trato que me están dando. El trabajo conjunto de la policía junto al de la redacción ha dado sus frutos y hemos puesto a ese maleante donde se merece, entre rejas. Los agentes cumplen diariamente con su deber protegiendo las calles de todo aquel que quiera perturbar la paz. Recuerden, nuestro periódico es símbolo de veracidad y velan por que los ciudadanos conozcan de primera mano lo que sucede en nuestra amada urbe. “La información más fiable de la ciudad”. – Repetía esa frase como un mono de feria amaestrado. En realidad, todo el discurso estaba ensayado.


Terminé aquel insulso sermón y me preparé para las fotos que saldría en primera plana mañana. Domingo se acercó a mí y dijo – Has hecho un gran trabajo, chico. Sonríe, esto no es un funeral. Ahora eres uno de los nuestros.


Un alegre joven con una cámara se posicionó frente a nosotros. – Señor Martínez, ¿podría ponerse un poco más a la derecha? – Me recordaba a mí. Lleno de ilusión y con ganas de aprender la profesión. Ojalá pudiera convencerle de lo contrario.

¿Aquí? – pregunté tristemente escoltado por el presidente y mi jefe.


“Lo haces por ellas” repetía continuamente en la cabeza.

Sí, ahí está bien.


“Nada está bien”.


Clic.


-DON

Relato presentado a concurso de literatura con temática periodística. Imagino que los hubo mejores o al menos no tan ácidos.

No siempre es de buen agrado la crítica satírica hacia algo que creemos inviolable. Cada vez se oculta más información al ciudadano creando el estado de bienestar a través de la ignorancia, incluso se ha llegado a convertir en una moneda de cambio con la que se compran y venden vidas humanas.

Este relato fue inspirado por el caso de George Floyd en el cual hubo diferentes versiones de los hechos, pero gracias a los vídeos irrefutables, se mostró una cruda realidad que de otra forma habría quedado enterrada y clasificada como una muerte más.

Gracias por leer el relato y esta reflexión final.