A pesar de la importancia del torneo, estaba superando a todos mis rivales con relativa facilidad. La mayoría de ellos se tomaban la derrota con deportividad, pero otro grupo de jugadores no aceptaban que un chico al que apenas le salía vello en la barbilla les estuviera barriendo. Los únicos invictos éramos los hermanos Leblanc, una tal Nadine Simmons y un servidor.

Para dar más emoción al enfrentamiento, los organizadores decidieron enfrentarnos a los cuatro en un pequeño cuadrilátero rodeado de unas gradas improvisadas con sillas y cajas de madera, desde las cuales el resto de participantes y acompañantes podían ver perfectamente las partidas. Eso no ayudaba a los nervios que me devoraban por dentro desde el primer juego. Sentía un ladrillo en el estómago que pendía de un hilo. Un hilo fino que tan solo necesitaba una derrota para romperse.

Había estado tan pendiente de Eric y Alphonse que desconocía el aspecto de la misteriosa chica. Pero pronto tuve el placer de conocerla. En el primer juego, ella se enfrentaría contra Alphonse, mientras que yo competiría con Eric. Estaba francamente nervioso, sabía que no sería una lucha fácil y que emplearía tácticas difíciles de contrarrestar. Capablanca y Lasker me habían estado preparando. Conocían las aperturas favoritas del capeón y su estilo conservador. El día de demostrar mi valía había llegado.


La última en ser llamada fue Nadine Simmons, por fin iba a conocer al cuarto participante. Alcé la vista hacia la grada por la que descendía la muchacha y me quedé completamente prendado de ella. Debía tener dieciocho años, pero su mirada decidida denotaba una madurez excepcional. Llevaba un vestido azul cielo. Su cabello era color almendra  y sus ojos de un claro espectral. Apenas llegó a la mesa, nuestras miradas se cruzaron  y me dedicó una media sonrisa que se transformó en una flecha que atravesó por completo mi corazón. Me encendí un cigarrillo intentando controlar mis nervios, pero ya era esclavo de sus movimientos y de ese perfume de vainilla. Jamás me desprendí de ese olor ni de esa sonrisa.

Nadine despachó a Alphonse en tan solo veinte minutos, el cual se marchó bastante molesto y no quiso ni darle la mano. Después me enteré de que había abandonado el torneo. Según él, perder contra una chica era inadmisible. Menudo idiota.

Por mi parte, me demoré más en terminar mi partida contra Eric. A menudo venían a mi cabeza recuerdos de la derrota contra Alphonse, sin embargo los apartaba tan rápido como llegaban. Mi yo de ahora era mucho más experimentado que aquel chaval novato y asustado que se arrugaba a las primeras de cambio. Seguía teniendo miedo, pero esta vez lo iba a enfrentar cara a cara.

En un momento del juego, cuando ambos aún poseíamos la Dama, un Caballo y una única Torre, Eric me propuso tablas. Me quedé un minuto en silencio pensando la propuesta de mi adversario. Bien visto, un empate contra el campeón regional podía convertirse en una victoria moral. Levanté la mirada y de nuevo mis ojos se cruzaron con aquel ángel vestido de azul que observaba silenciosa desde la grada. Negó con la cabeza y no necesité ni una señal más para continuar la partida.

Acabé haciendo jaque mate diez movimientos después.


Capablanca y Lasker me abrazaron como si acabara de ganar el mundial.

 – ¡Muy bien hecho, muchacho! Eres el orgullo de mi escuela. – Capablanca me apretaba tanto que casi no podía respirar.

– Déjalo ya, bruto. No ves que se está poniendo azul. Qué gran victoria, Kaspárov. Encima el gilipollas de Alphonse se ha ido lloriqueando a decirle a su papá que una chica le ha dado una patada en su trasero burgués. Tienes el camino libre.

– No sé, Lasker. Creo que la señorita Nadine es realmente buena – dije bajando la mirada con una sonrisa en la cara. No me la podía sacar de la cabeza.

– Está buenísima, eso es indiscutible. Espera. ¿Te gusta? – preguntó Lasker agarrándome la cara y mirándome fijamente.

– Deja en paz a nuestro campeón, Lasker. Debe de estar agotado. Mañana tendrá que vérselas con su último oponente. Tiene que descansar – precisó Capablanca echándome el brazo por  encima del hombro y protegiéndome de Lasker como si fuera mi guardaespaldas.


El enfrentamiento contra Nadine Simmons nunca se produjo, la chica no se presentó a la cita y fui proclamado automáticamente campeón regional de Blackpawn. Me entregaron una copa y un cheque por valor de diez mil dólares. Como siempre, doné parte del dinero a la asociación y compramos los billetes para volar a Sleepcity, lugar donde se celebraría el torneo nacional. Jamás había sentido una victoria tan vacía como esa. Necesitaba ver a Nadine. Necesitaba hablar con ella. Necesitaba decirle que me había vuelto loco con solo una sonrisa.

La busqué durante los meses previos al torneo, pero se había esfumado.

No había ni rastro de Nadine Simmons.


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