Pasamos casi una hora batiéndonos en duelo. El resto de jugadores nos miraban en completo silencio y cavilaban sus propios movimientos. El humo del tabaco me irritaba los ojos, la oscura nube de Lucky Strike se cernía sobre nosotros, pero no rompía nuestra concentración. Ninguno de los dos queríamos perder y nos retábamos continuamente con sonrisas maliciosas e intercambios de miradas.
– Has jugado bien, Kaspárov, pero la partida acaba aquí. Acabo de capturar tu torre.
– Siempre has ido corto de miras, Lasker. A veces no importa perder una pieza importante cuando se puede ganar la partida. – Agarré firmemente mi dama blanca y la coloqué a dos casillas de su rey. Había hecho la mejor jugada posible. – Jaque.
Lasker entrecerró los ojos y comenzó a analizar lo que acababa de suceder. Después de un par de minutos, mi amigo tumbó su rey con el dedo índice y sonrió. – Eres un cabronazo – dijo entre risas mientras nos dábamos la mano. La gente de alrededor se dispersó y, con ellos, la humareda de cigarrillos. Ese mismo año empecé a fumar.
La victoria contra Lasker fue mi primer gran triunfo en el ajedrez competitivo. El torneo favoreció a la asociación Capablanca. Yo había quedado en segundo puesto, Lasker en sexto lugar y el resto compañeros no habían salido muy mal parados. Como cabía esperar, Alphonse Leblanc había arrasado en todas sus partidas y le rodeaba un aire de superioridad imbatible. Tenía un color de pelo negro muy oscuro y contrastaba con el azul de sus ojos, casi siempre tenía la mirada perdida como si no estuviera ahí. Le había observado durante sus partidas y no le había visto sonreír ni una vez, ni siquiera cuando el juez le entregó el pequeño trofeo y el cheque por valor de mil dólares. Aquel chico me intrigaba de sobremanera.

Doné los quinientos dólares a la asociación para comprar tableros nuevos y mesas decentes. Capablanca estaba muy contento con mi posición y quiso llamar personalmente a mis padres para comunicarles mi éxito, los cuales recibieron la noticia con la indiferencia de costumbre. La verdad, era feliz y jamás revelaría públicamente lo dolorosas que eran esas reacciones para mí. Simplemente, sonreía y jugaba.
Seguí participando en competiciones y practicando en la asociación. Mi meta estaba puesta en el torneo regional, si conseguía vencer, me ganaría un boleto para jugar el torneo nacional.
Me había convertido en un pequeño fenómeno entre los entendidos del juego en la ciudad. En tan solo dos años, había conseguido más Elo que todos los de la asociación exceptuando a Capablanca. El Elo consistía en un método matemático que marca el nivel de los jugadores. Sí ganas partidas, consigues Elo, y si consigues el suficiente Elo, te enfrentas a los mejores. Además, permite participar en los torneos más exclusivos, como el regional.
Yo ya había conseguido los puntos necesarios y Capablanca me inscribió al regional en cuanto sacaron la lista. Siempre era muy atento con sus muchachos, así era como él nos llamaba. Se había convertido en una figura muy importante en mi vida, al igual que mi amigo Lasker.
El gran día había llegado. El enorme esfuerzo que había depositado estos últimos años iba a dar sus frutos. Había memorizado cada estrategia, cada táctica extraña, había recreado una y otra vez partidas de los grandes maestros buscando el porqué de sus movimientos. Me fascinaba ver como improvisaban algunas partes de sus aperturas para desconcertar a su rival y hacerse con la victoria. Comprendían el juego a la perfección y habían hurgado en sus entrañas hasta descubrir cómo funcionaba. La deconstrucción del ajedrez que lo llamaban algunos, años de práctica lo llamaban otros, o la definición más práctica, prodigios del juego.
Llegamos pronto al enorme pabellón donde tendría lugar el torneo. Me acompañaban Lasker y Capablanca como mis guardaespaldas personales. Los tres fuimos a la cafetería a esperar que el resto de contrincantes apareciesen. Yo, por mi parte, estaba listo para el desafío, aunque una idea pasó fugaz por mi cabeza. Una pregunta que no había pensado hasta ahora y de la cual no sabía si quería saber la respuesta.
– Capablanca, ¿Quién ganó el torneo del año pasado? El campeón debe volver a participar para ser retado, ¿no? – Pregunté encendiendo un cigarrillo de Winston.
– Correcto. A no ser que renuncie a participar, aunque es una práctica poco común. Más que nada porque el premio gordo son diez mil dólares y acceder al nacional – contestó acariciándose la frondosa barba blanca.
Lasker intervino rápidamente en la conversación y con una mirada seria dijo.– El campeón del año pasado es Leblanc.
– Imposible – dije extrañado. – Hay que tener al menos dieciocho años para participar.
– Tú conoces a Alphonse Leblanc, el campeón regional es Eric Leblanc, su hermano mayor. Lleva siendo campeón desde que cumplió la mayoría de edad, aunque no participa en el nacional. Dicen que este año su hermano le va a quitar la corona. – Aquella noticia se clavó en mi estómago como una daga afilada y mis pulmones, repletos de humo, se vaciaron de golpe. – Oye, Kaspárov, te has puesto blanco, ¿estás bien?
– Sí, sí. Es solo que no esperaba tener que enfrentarme a Alphonse Leblanc y ahora me dices que hay una versión mejorada y más experimentada de él.
Capablanca me agarró del hombro. – No te preocupes por nada, nosotros estamos aquí para apoyarte, muchacho. Seguro que vences a esos ricachones petulantes de los Leblanc.
De pronto, una voz de megafonía hizo un llamado a los jugadores.
“¡Aviso a los participantes del vigésimo sexto torneo regional de Blackpawn! Acérquense a las mesas de inscripción y muestren su identificación. En una hora aproximadamente comenzarán las partidas. Muchas gracias a todos y suerte.”
