Tenía unos quince años cuando mi maestro, el excomulgado Padre Saúl, me llevó a mi primer exorcismo. Sus poco ortodoxos métodos, le habían llevado a numerosas discusiones con su diócesis hasta que el arzobispo condenó públicamente su comportamiento obsesivo hacía lo sobrenatural, hacía lo diabólico. A pesar de ello, Saúl gozaba de una fama increíble entre los habitantes de la ciudad y no eran pocos los que contactaban con él, ya fuera para limpiar hogares o expulsar espíritus malignos.
Esta vez le tocó a la joven Amanda Ritter, una hermosa adolescente, de mirada ausente, tez pálida y negrísimos cabellos largos. Había tenido la oportunidad de verla en su estado natural, desprendía belleza y paz por todos sus poros. Los padres de la chica recurrieron a Saúl como última esperanza para salvar a su querida hija.
Después del último ataque en la iglesia del pueblo, los músculos de su rostro femenino habían adquirido la dureza del acero. Sus ojos parecían querer salir de las órbitas y mostraban una expresión espantosa. Su boca, que antes dibujaba una sonrisa afable, se convirtió en una mueca de proporciones insospechadas.
Llegamos temprano a la acogedora casa de los Ritter. Nos indicaron rápidamente donde se encontraba la muchacha, aunque los gritos que profería desde su habitación no daban lugar a duda.
La hallamos de pie en medio de la sala y, al vernos, comenzó a andar de un modo grotesco, iba agachada como si fuera un mal payaso que no quería hacer reír, sino más bien atentar contra todo recato y compostura, casi burlándose de la condición humana. Empezó a contorsionarse emitiendo unos rugidos hondos que no parecían salir de su garganta, sino de sus vísceras.
El Padre Saúl, vestido con su túnica negra de bordados plata y una máscara que cubría únicamente sus ojos, se acercó a la chica con la gracia de un bailarín y el ente retrocedió unos pasos asustado, mientras que continuaba haciendo espantosos gestos. El Padre creía fervientemente que mirar directamente a uno de estos entes conduciría a la locura más horrible.
Estábamos solos en la habitación; Amanda, el ente, el Padre Saúl y una versión mía tan asustada que no podía articular palabra. Amanda comenzó a proferir maldiciones y a decir obscenidades con vozarrón de hombre. El Padre se acercó a ella y dijo:
-Vamos, demonio. Debemos comenzar nuestra charla.
Amanda le dedicó una sonrisa desencajada y empezó a convulsionar en el suelo. Saúl sacó un extraño sigilo de plata y susurró unas palabras en un idioma nunca antes oído. Amanda se estremeció en el suelo y corrió a arrinconarse en una esquina. Parecía realmente asustado.

-¿Qué quieres, maldito? – gruñó Amanda con voz prestada.
-¡Dime tu nombre, demonio!
– ¡No! – Esta vez su voz retumbó por toda la casa.
Saúl sacó una larga espada de plata oculta bajo su túnica – ¡Dime tu nombre! – Repitió.
-¡Arakiel! -Gritó con todas sus fuerzas.- El Muro de Dios, el más ferviente seguidor de Semyazza. Cabecilla de los doscientos ángeles caídos y traición de Eva. Instigador de la geomancía y perdición de los humanos. – Acabó la frase con una carcajada que me paralizó por completo. Tenía ganas de llorar, de gritar, de salir de esa habitación y olvidar todo lo ocurrido.

-¿Qué quieres? – Insistió el Padre Saúl.
-Traigo un mensaje, guerrero de Dios… Los pastores se equivocan y los hombres con ellos… El infierno está cerca de esta tierra de cerdos, tierra de impostores y malnacidos… Temed la llegada de Luzbel… El hijo pródigo vuelve para terminar el trabajo de su padre… ¡Todos culpables!… ¡Todos condenados!… No puedes acabar con nosotros, ni siquiera tu impía iglesia te acepta. ¡Temen la verdad!… – Amanda se levantó y alzó sus palmas contra mi maestro desatando toda su furia contra él.
Saúl colocó los brazos en cruz, portando el sigilo en una mano y la espada en otra, estaba haciendo un gran esfuerzo por contener la ira del demonio, pero pronto ganó la contienda. Amanda puso los brazos en cruz imitando el gesto de su agresor, mientras chillaba y pataleaba. El padre alzó la espada y, con una firme estocada, ensartó a la chica…
Pasó una semana desde que volvimos a visitar a los Ritter. Encontramos a Amanda regando las plantas del porche con gesto melancólico, parecía estar completamente recuperada. No podía creer que esa fuera la misma chica, era un milagro.
Saúl me explicó días después que la distorsión demoníaca podía ser sanada con la bendición divina:
Debes entender, Jonás, que el cuerpo se recupera, la sangre vuelve a fluir y los músculos renuevan su fuerza, pero la mente es algo que no se puede remediar. Las secuelas de Amanda serán un estigma de la lucha entre el Bien y el Mal, al igual que la cicatriz que llevará toda su vida en el pecho.

Un gran relato. Encantada de leeros de nuevo si Amanda vuelve a las andadas, jeje
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Muchas gracias 😁 Puede que Jonás y el Padre Saúl se conviertan en personajes recurrentes, ha sido interesante investigar el tema demoníaco jajaja
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