Me encanta el terror. Adoro esas historias de fantasmas que nunca terminan bien. Los relatos de miedo me hacen creer que hay algo más y no solo esta sensación de vacío. Me incitan a pensar que existe todo un mundo por descubrir. Me convierten en el intrépido Hernán Cortés, segando lianas en las profundas y frondosas junglas de México. Adentrándome poco a poco en la oscuridad sin saber lo que esta me depara.
Mi objetivo de hoy es el Orfanato Valle Perdido en Murcia. Un lugar extraño donde suceden cosas que el hombre no puede explicar.
Me he estado informado sobre el sitio y, por lo visto, sirvió como orfanato tras la segunda guerra mundial y albergó a los huérfanos de la contienda. El centro sirvió para albergar a huérfanos entre cinco y catorce años, y estuvo en funcionamiento hasta que, en 1975, una explosión interna provocada por una caldera acabó con la vida de muchos de los niños que allí vivían. El centro quedó sumido en el abandono.
Una historia trágica, ¿no? Pues me queda menos de media hora para llegar. La emoción y el terror me invaden como un niño en su primer día de colegio y las piernas ya me están temblando, pero no puedo evitar tener una amplia sonrisa en mi cara.
Muchos testigos aseguran haber tenido encuentros paranormales en el orfanato; sonidos cacofónicos, respuestas inteligentes y “sensaciones”, esa cosa que te recorre la espalda y provoca un escalofrío intenso cuando sabes que algo no va bien. Estoy enganchado a ellas, se podría decir que soy un yonqui del terror.
Es tarde y ya casi está anocheciendo. La carretera hacia el monte está realmente mal iluminada y solo puedo confiar en las luces de mi Ford Focus plateado para mantenerme en la carretera. No me demoro mucho en encontrar el lugar y lo primero que hago es tomar una foto del centro abandonado. Aún no he entrado y un cosquilleo ya me recorre las entrañas.

Orfanato El Valle
Abro el maletero del coche donde guardo todo el material de grabación cuando un guardabosques viejo y rechoncho me intercepta.
—¿Qué haces aquí? Este lugar es peligroso por la noche. Los visitantes dicen que las paredes susurran cosas.
Siempre me suelo encontrar personas que intentan disuadirme de mi empresa con absurdas advertencia y pésimos resultados. Me apresuro a darle una respuesta a ese entrometido antes de que continúe con sus estúpidas preguntas.
—Es solo un poco de exploración urbana— contesto—.Me marcharé de madrugada. — Parece que le he convencido.
—Bueno… mañana pasaré por si… las cosas se te complican—. Dice con una extraña sonrisa forzada. La verdad es que ese tipo me ha acojonado un poco. Parece haber visto bastantes cosas raras por aquí y eso me emociona todavía más. Agarro los bártulos y enfilo el sendero hacia el edificio en ruinas. La verja de metal que da al patio está destrozada y no me supone ningún obstáculo. La linterna guía mis pasos entre la maleza y distingo varias aberturas en la estructura donde antes había puertas y ventanas. Me cuelo por una de ellas. Ya estoy dentro.
La noche es oscura y el caluroso verano de Murcia no da cuartel. La temperatura debe rondar los treinta grados aproximadamente y no hace ni una pizca de aire. Dejo la mochila con el saco de dormir y las grabadoras en una esquina mientras inspecciono el habitáculo donde me encuentro. Parece que estoy en una de las habitaciones donde dormían los niños. Hay muchas camas sin colchón. Cuento seis repartidas por toda la estancia. Inspecciono cada rincón, cada pared con grafitis, buscando algo desconocido, movido tan solo por mi insaciable curiosidad.

Habitación Abandonada
Abandono la habitación y me adentro en un largo pasillo que conecta varias estancias, pero tengo un objetivo en mente; el sótano. Según han podido afirmar muchas personas que habitaron el orfanato, la educación de los niños era realmente dura debido a que el centro hacía las veces de colegio falangista. Las insufribles condiciones de vida y castigos en forma de palizas, las cuales se llevaban a cabo en el sótano, hacen coincidir a sus antiguos alumnos en una afirmación «Aquel hogar era peor que una cárcel».
Sigo caminando por el pasillo y me percato de que las paredes están ennegrecidas. Lo atribuyo rápidamente al incendio, pero es curioso como persiste el olor a quemado. Tanto es así, que tengo que taparme la boca con un pañuelo mientras escudriño algunas de las salas en busca de mi ansiado premio. Después de registrar cuatro habitaciones más, llego a una gran sala que intuyo fue el comedor. Puedo ver unas extrañas bandejas plateadas de catering tiradas por el suelo y no digo extraño por su forma, sino porque conservan en perfecto estado como si las acabaran de usar. Este puede ser un buen sitio para colocar las grabadoras.
Vuelvo a la habitación, recojo las cosas y me dirijo hacia el comedor, pero lo paranormal sucede. Mientras camino por el oscuro pasillo del orfanato, puedo escuchar algo en las habitaciones; cuchicheos de niños que se acallan cuando paso cerca de las puertas, como si yo fuera ese malvado guardia nocturno que vigila que todo el mundo duerma por la noche. Acelero el paso e intento no amedrentarme, ya me he visto en situaciones similares.
Finalmente, llego al comedor donde instalo el equipo y me preparo para pasar la noche, aunque me doy cuenta de un pequeño habitáculo separado por una barra americana que parece ser la cocina. Me acerco a investigar y descubro una puerta de madera cerrada con un pomo de hierro, está completamente chamuscada. No necesito forzarla demasiado para que ceda a mis intentos. Tras la puerta descubro el anhelado sótano y una sonrisa de satisfacción se apodera de mi cara.

El Sótano
Bajo las escaleras.
Hace frío.
Mucho frío…