Eva abrió los ojos. Estaba en su casa, en su habitación, en su cama de sábanas blancas con estampados de flores rojas, pero no estaba sola. Un hombre moreno de pelo corto y gafas rotas, estaba sentado en una silla mirándola fijamente.

 – Buenos días, Eva. ¿Has dormido bien?

 La chica pelirroja se sobresaltó y se arrinconó en una esquina de la cama. – ¿Qué haces aquí?

 – Vivo aquí, ¿recuerdas?

– Sí, pero… Estás muerto.

El hombre giró el cuello y dejó ver un tajo que le seccionaba la carótida, aunque no brotaba sangre de la herida. – Fue un tajo limpio. Una muerte rápida.

El tipo misterioso vestía una camiseta de manga corta blanca manchada de sangre, unos pantalones vaqueros azules e iba descalzo.

Eva miraba atónita al hombre. La luz del amanecer entraba por la ventana y se podían ver perfectamente las facciones del sujeto. Sin duda, era su marido.

 – No tengo mucho tiempo, cariño. Levanta de la cama.

La chica dudó unos segundos, pero llegó a la conclusión de que estaba soñando. Seguro que estaba en uno de esos sueños lúcidos en los que recuerdas todo y puedes interactuar libremente. Era imposible que su marido estuviera vivo, así que iba a seguirle el juego.

Eva se levantó de la cama y se dirigió al baño para lavarse los dientes. Intentaba encajar lo que estaba pasando mientras echaba la pasta de dientes en el cepillo y su difunto marido la miraba fijamente desde la puerta.

 – ¿No te doy miedo? – Preguntó el hombre.

– Sinceramente, no mucho. Me dabas más miedo cuando estabas vivo.

– Eso ha dolido. – Contestó el hombre frunciendo el ceño.

– Llevas las gafas hechas polvo, pero nunca me gustaron demasiado – señaló la chica.

-Cosas de la muerte, te quedas con la última ropa que llevabas y, por lo visto, a mi se me rompieron.

– ¿Eres una especie de fantasma que viene a atormentarme? – Preguntó escupiendo la pasta de dientes.

– Que va. Me han dado unas horas antes de irme para siempre. No te estás perdiendo nada al otro lado.

– Joder, Pedro. ¿Y te has tenido que aparecer un domingo? El único día que tengo libre.

– Me pones trabas hasta en la muerte. – Pedro se cruzó de brazos y torció el gesto.

Eva se bajó los pantalones del pijama y se sentó en la taza del váter. – ¿Te importa?

 – Increíble… Tantos años casados para esto. Te espero en la cocina.

La mujer comenzó a reflexionar sobre el fallecimiento de su marido, pero no recordaba cómo había sucedido. Sabía que estaba muerto, eso era seguro, aunque no lograba acordarse de los detalles.

La chica se dirigió a la cocina donde Pedro la esperaba. – ¿Quieres un café? – Preguntó Eva.

– No, gracias. Me han dicho ahí arriba que no beba ni coma nada mientras esté aquí, pero dame un cigarrillo.

– Siempre pidiendo. ¿No hay maquinas de tabaco en el cielo?

– ¿Tú qué crees? – Contestó encogiéndose de hombros y agarrando  un cigarro entre sus manos ensangrentadas.

– Es curioso, puedes coger cosas. Pensaba que los fantasmas eran etéreos o alguna mierda así.

– Y yo. Se ve que soy medio zombi.

– Que gilipollas que eres – dijo Eva riendo y tomando su taza de café. – ¿Y qué tal?, ¿Cómo te sientes?

– Bien, la verdad. Me he quitado un peso de encima. La muerte está mejor de lo que me esperaba, pero te echo de menos.

– Y yo – dijo la mujer con amargura en su voz. – Te quería mucho.

– Yo también – dijo Pedro clavando la mirada en sus preciosos ojos marrones. -Por eso creo que fuiste piadosa. He visto gente muerta brutalmente.

Eva levantó una ceja sorprendida. – ¿Piadosa?

 – Sí, fue un tajo limpio. No tardé ni medio minuto en palmar. Me podías haber apuñalado a lo bestia en sitios no mortales. ¿Sabes cuanto tarda una persona en desangrarse?

Eva no entendía nada – ¿Qué yo te he matado?

 – Tú verás. Mira en el salón.

La chica fue corriendo al salón y halló el cuerpo sin vida de su marido. Tenía la misma ropa y la misma cuchillada en el cuello que aquel tipo.

 – A ver cómo le explicas esto a la policía – dijo Pedro con una media sonrisa y agitando afirmativamente la cabeza. – Diles que me he caído encima del cuchillo o algo así.

Eva calló de rodillas y comenzó a llorar desconsolada. Se miró las manos y las tenía totalmente manchadas de sangre. “Esto es un sueño” se repetía una y otra vez.

 – No es un sueño, Eva, es un trauma. Ayer por la noche me asesinaste por la espalda mientras cenaba esta porquería de KFC – dijo levantando una alita de pollo y devolviéndola con desprecio al cubo -. Qué tristeza de última cena.

 – No recuerdo nada – contestó ella entre sollozos.

– Tu cerebro ha bloqueado lo que pasó a noche. Acabaste con mi vida y te fuiste tranquilamente a dormir. Esta mañana no te diste cuenta ni de la sangre en tus manos, ni de la sangre en nuestra cama. Te aseguro que no tenemos estampados rojos en las sábanas. Lo que no entiendo es, ¿Por qué? – El fantasma de Pedro esperó unos instantes pensativos y se recolocó las gafas rotas -. Aunque bueno, tus razones tendrías.

Eva comenzó a gritar y a llorar hasta que los vecinos entraron en el piso y encontraron el cadáver. La mujer confesó todo y añadió lo acontecido con el fantasma de su marido. El testimonio fue tan creíble que evitó la cárcel y la enviaron directamente a un centro psiquiátrico del que no saldría jamás.

Aquella fue la venganza de su difunto esposo antes de marcharse para siempre.