Me encuentro huyendo de la ilustre Universidad de Miskatonic, huyendo de algo que desconozco, huyendo del horror que hemos desatado…

Hace meses, encontré una peculiar figura tallada en pierda, un humanoide con cabeza de pulpo y alas plegadas. El objeto brillaba con un tono verde sobrenatural, soy arqueólogo e investigador, aquella rareza me atraía de sobremanera. Mantuve el fetiche en secreto largo tiempo, me regocijaba en su esplendor y sentía que la fortuna o alguna gracia divina, estaba de mi lado. Cuan equivocado estaba.

Unas pesadillas horribles comenzaron a abordarme cada noche, visiones de un mundo oscuro donde reinaba un eterno crepúsculo, habitado por criaturas deformes e indescriptibles. El agua inundaba cada rincón de una ciudad sumergida, adornada con símbolos extrañamente parecidos a la figura antropomórfica de mi mesilla. Los sueños se hacían cada vez más nítidos, vivía absorto en una ansiedad continua, no fue hasta que uno de esos monstruos rasgó el velo entre mis sueños y la realidad, que desvelé el secreto. Desperté con unas heridas en mi pecho y brazos, unas garras de furia habían cruzado una línea que cada día era más fina.

Llevé el objeto esmeralda, el cual cada día brillaba más, a la Universidad de Miskatonic para que mis compañeros de oficio lo inspeccionaran y calmaran mis nervios. No hallaron nada relacionado con la figura, rebuscaron durante días en la biblioteca del complejo entre antiguos libros  e indescifrables papiros. Nada, la búsqueda fue infructuosa y, a pesar de haberme desprendido del artefacto, continuaba teniendo visiones de la metrópolis sumergida. Podía escuchar a los horribles y retorcidos sectarios, con sus capuchas de tela marrón que cubrían los deformes rostros escamados de miedo y odio, aullando cánticos en un idioma imposible. Solo podía entender una palabra y la interpreté como el nombre de la ciudad: R’lyeh.

El día del horror vino acompañado de luna llena, extrañamente grande y naranja, preciosa a la vista, pero terrible al pensamiento. Uno de mis compañeros, preparó un ritual que encontró en un misterioso grimorio recién adquirido. Un libro de magia arcana y ritos prohibidos. El ritual requería que una participación total de sus miembros, tomamos un brebaje preparado a partir de unas hierbas y licores árabes. También debíamos estar en círculo alrededor de la figurilla y repetir una frase que no olvidaré:”Que no está muerto lo que yace eternamente, y con eones extraños incluso la muerte puede morir”. No tardé en notar los efectos del líquido en mi mente, todo me daba vueltas, las caras de los tres investigadores reían y lloraban al mismo tiempo, la locura se apoderaba de nosotros. Tengo recuerdos difusos del momento, alguno se arrastraba por el suelo, otro se golpeaba contra los duros muros de la sala, yo solo podía mirar la efigie esmeralda, era tan bella, tan perfecta, tan antinatural. Debía ser solo mía.

Agarré la figura tan minuciosamente tallada y abandoné a mis compañeros a su suerte en la sala del ritual. No me sentí ruin por dejarlos allí, ahora solo importaba el tesoro y abandonar aquel lugar para volver a los sueños, volver a R’lyeh.

Me escabullí entre los pasillos encerados de la universidad, la soledad acompañaba mis pasos, firmes, pero veloces. Había adquirido nuevas habilidades, me notaba más ligero y decidido en mis accione, nada podía detenerme. O tal vez sí, un grupo de figuras humanoides se interpuso en mi camino cortando la única vía de escape. El hedor que desprendían aquellos seres era completamente nauseabundo, recordaba al pescado podrido de los hediondos puestos del mercado.

– Entréganos el ídolo – dijo uno dirigiendo su membranosa mano hacia mí.

– ¿Quienes sois? – contesté.

– No somos nadie, vivimos para servir a nuestros supremos amos – dijo otro despojando su rostro de la capucha.  Su anatomía era más parecida a la de los peces que a los humanos, escamas recorrían toda su tez, húmedas y viscosas. Ojos saltones desprovistos de vida, ocupaban  la mitad de sus caras y unos sonidos repugnantes, provenientes de sus gargantas hinchadas, me hacían recordar a los aullidos de los sectarios en R’lyeh.

Cobarde de mi, hui lo más rápido que mis pies me permitieron. Encontré una salida trasera que daba justo al bosque junto a la universidad. La luna seguía ahí, tan naranja y repleta que guiaba mis pasos por el oscuro sendero. Escuchaba los pies de esas criaturas persiguiéndome y los aullidos, cada vez más cercanos, me instaban a continuar mi carrera.

Llegamos al punto inicial. De todos mis años como investigador en Arkham, jamás había presencia algo así, aquellos seres de otro mundo tan parecidos a los de mis sueños y a la vez tan lejanos en el espacio. No podía concebir tamaña locura, mi cuerpo seguía cambiando, una sensación de humedad putrefacta se extendía por toda mi piel. Los ojos me tornaron vidriosos y desenfocados, y la cabeza me daba vueltas en todas direcciones. Ya casi no divisaba el camino.

No fue hasta que llegué a un claro que mis pulmones descansaron de la presurosa huida. Ya no escuchaba silbidos ni pies delatores. Me puse de rodillas y fatigado eché un vistazo a la estatuilla. Para mi sorpresa las alas se estaban extendiendo, el fulgor verde era demasiado intenso como para aguantar la mirada, cuando las alas se extendieron completamente y se podía apreciar el impecable cincelado de los tentáculos y los detalles más minúsculos que escondía bajo sus extremidades de murciélago.

Estaba tan absorto en la belleza indecible de la efigie que aquellas criaturas me rodearon.

-Entréganos el ídolo –dijeron.

– ¡Jamás! – contesté.

Los monstruos recitaron su coro astral que tantas veces había escuchado en mis sueños, me tapé los oídos, pero era inútil, ese cántico estaba en mi cabeza. “Que no está muerto lo que yace eternamente, y con eones extraños incluso la muerte puede morir”, “R’lyeh, R’lyeh, R’lyeh”. Mi cuerpo y mi mente no aguantaban la presión a la que estaban sometidos, intenté gritar, intenté moverme… Ya era tarde, el objeto estaba desatado y brillaba como nunca antes. Más habitantes de las pesadillas me rodearon, “¿Qué querían de mi?”

-Entréganos el ídolo y sirve a tu señor – insistían.

-¡No! – negué con mis últimas fuerzas.

Me desmayé.

Desperté tres días después en el Sanatorio de Arkham, atado de pies y manos.

La doctora dijo que me encontraron en el bosque, balbuceando algo en un extraño idioma. Al principio, pensaron que era un borracho, pero mi atuendo de investigador con la gabardina y la camisa les hizo cambiar de opinión. Después de varias pruebas, encontraron restos de opio, eso explicaría los mareos, la vista vidriosa y posiblemente las alucinaciones. Había mentido a los médicos y había inventado una amnesia para no dar explicaciones de lo ocurrido en la universidad y el claro, de seguro pensarían que estoy loco.

Justo en el momento en que reordenaba concienzudamente mis pensamientos y borraba algunos recueros de mi mente, apareció la preciosa enfermera vestida de un cegador blanco impoluto.

– Buenas tardes señor, me dijo que lo encontraron con esto, a lo mejor puede ayudarle a recordar. – Entre sus dulces manos, se hallaba el ídolo, la causa de mi sufrimiento y dolor más traumático.

Sin embargo, nada fue tan terrorífico como ver que la criatura tenía abiertas sus alas de murciélago, dispuesta a devorarme y llevarme a esa ciudad sumergida donde sería torturado eternamente hasta que se rompa el velo de los sueños.


-DON

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