Buenos días, Nevada. Buenos días, Ciudad del Pecado. Buenos días, Las Vegas.
El gran momento había llegado. Todo el esfuerzo depositado en Stonergëk se traducía en este preciso instante. Un contrato millonario con una de las empresas literarias más importantes de Estados Unidos.
Mr. G y un servidor nos alojábamos en el Marriott´s Grand Chateu, un hotel de cuatro estrellas a gastos pagados situado a unos minutos de los famosos casinos americanos. No podía borrar la sonrisa de mi cara, todo era maravilloso y perfecto.
Nos habíamos reunido con los gerentes de la compañía para acordar el precio de la colaboración: “¿Veinte millones está bien?” Dijo el pez más gordo y la respuesta fue clara y sin vacilaciones “Sí, podemos empezar a negociar con veinte.” El corazón no me cabía en el pecho, estaba remoloneando con una oferta de veinte millones. Aquella fue la frase en inglés más alegre de mi vida.
Después de la reunión, celebramos con champán y cubatas el grandioso éxito. Jamás pensamos llegar tan lejos. Ni nosotros ni nadie, dicho sea de paso. Lo único que nos pidieron a cambio del contrato, fue una tarea muy concisa, que les contásemos una historia en directo. Como lo leéis, tipos multimillonarios pidiéndole a dos pringados murcianos que le recitáramos un relato en directo. ¡Si nos dedicamos a eso!
Soy Don, joder, mi segundo apellido es Hemingway. Esto iba a ser pan comido.
Me levanté de la cama sonriendo y tomé el delicioso desayuno que el amable servicio del hotel había dejado en mi puerta. Sin duda alguna, la mejor comida que había probado nunca. Saboree cada delicioso bocado, sin prisas. “Prisas” esa palabra iba a desaparecer de mi vocabulario, el dinero no entiende de presiones espacio-temporales. Me vestí con un traje italiano que me había costado una pasta y salí de la preciosa estancia en busca de mi compañero de fortuna.
“Good Morning”, “Buongiorno”, “Bonjur”. Me daba igual lo que pensasen los demás hospedados sobre mí, rebosaba placer por todos los poros de mi cuerpo. Nada podía amargarme el día.
Toqué la puerta de Mr.G. – Vamos gandul, esos millones no se van a recoger solos. – No hubo respuesta. “Estará durmiendo.” pensé. “Le dejaré un mensaje en el móvil.”
Mientras enviaba el texto, bajé por el ascensor acompañado de una chica rubia y un tipo grandote con gafas. Salí del ascensor y me senté en la cafetería del hotel. El capuchino más caro de la historia, pero ya nada importaba, era un jodido millonario.
Salí un momento de mi enajenada alegría para darme cuenta de una terrible verdad, de un minúsculo detalle que había pasado por alto, no se me ocurría ningún cuento. “Aquel de los gigantes… Demasiado predecible”, “Tal vez, el de las máquinas asesinas… Muy visto”, “Y qué tal el de la chica… ¿Les iba a presentar una historia de amor a esos desalmados? No, por dios”. De un plumazo, todo desapareció. El dinero, la alegría, el traje italiano, el capuchino más caro de la historia, esas cosas que nada me importaban y, sin embargo, necesitaba.
Me quedé en shock al menos diez minutos mirando la puerta giratoria del recibidor, se me enfrió el café y se me consumió el cigarrillo sin haberle dado ni una calada. No dejaba de cavilar, pero nada surgía. Envié al menos diez mensajes más a Mr. G, no contestaba. “¿Dónde coño está este tío?”. Subí a su habitación a una velocidad de vértigo, no tenía tiempo para el ascensor y fui directo por las escaleras. Golpeé la puerta tan fuerte que hice un pequeño resquicio. No estaba, eso era seguro. Busqué respuestas en la recepción. No había vuelto a su habitación. Ahora tenía una duda aún más grande “¿Qué pasó anoche?”.
Me estaba dando un ataque de ansiedad, en unas horas teníamos que presentar la empresa y no tenía socio ni cuento.
Regresé a la habitación, necesitaba encontrar pistas que arrojasen luz a lo sucedido ayer. No dejaba de repetir en mi cabeza “Me cago en la puta, me cago en la puta…” Rebusqué en la ropa que llevaba puesta; tarjeta del casino, una de un club, un bufet libre… Todo correcto. Miré en la terraza, debajo de la cama y en los cajones. Nada. El estrés del momento no me dejaba pensar con claridad. “¡Mery!” pensé.
Mery era nuestra asistenta en Nevada, nos había acompañado y preparado las reuniones con los millonetis, además de buscar el hotel. La habíamos conocido aquí, una preciosidad pelirroja que, a pesar de ser neoyorkina, hablaba español a la perfección. “La llamaré, seguro que nos ayuda” pensé, cogí el móvil para realizar la llamada que nos salvara de esa situación.
Un tono… Dos tonos… -¿Sí?
-¡Mery! –Grité – Nos ha pasado algo muy malo, muy muy malo. ¿Dónde estás?
– Menuda liasteis ayer. Pues en mi hotel ¿Dónde sino?
– Ven al nuestro y te cuento. Pero ven corriendo.
-Voy. Espérame ahí y no hagas ninguna tontería.- Colgó.
La esperé en la cafetería durante diez minutos, hasta que tres tipos vestidos de negro me agarraron del hombro y me obligaron a acompañarles. Me metieron en un coche blanco y me llevaron a un club del que tenía recuerdos difusos. No hablamos en todo el viaje.

– Buenos días, Don – dijo el dueño. Un tipo gordo con traje y una rosa en la solapa. Aquel tipo era el sueño humedo de cualquier mafioso italoamericano.
– Buenos días…
– Vito – acabó mi frase.
– Vito. ¿Puedo ayudarte en algo?
– Claro, Don. Ayer, tú y tu amiguito, me destrozasteis un local. Me caes bien y he mandado a mis chicos en son de paz, pero tenemos que llegar a un acuerdo.
– Claro, Vito, ¿Qué requieres?
– La chica pelirroja. Me gustó. Si me entregas a la mujer que iba con vosotros, perdonaré todo lo que pasó anoche – “Ahora la mafia me extorsiona, ¿puede pasar algo más?”
Algo más, la policía entró en el local y nos detuvo a todos. Intenté explicarles la situación, pero era tan absurda que solo me llevé una reprimenda del agente y encima en inglés. “Soy un desgraciado.” me decía mientras me esposaba un enorme agente negro llamado Tom.
Allí estaba, en el Centro de Detención del Condado de Clark. Sentado en un banco flanqueado por dos maromos el doble de grandes que yo. Me metieron al calabozo, quedaban unas cinco horas hasta la reunión con los jefes y solo podía pensar en dos cosas: “¿Dónde estaba Mr. G?” y “¿Qué les iba a contar a los tipos de traje?”.
Los minutos pasaban lentos e inexorables entre rejas y no se me ocurría nada. A las dos horas aproximadamente, escuché la voz más dulce del mundo, Mery había venido a por mí.
-¿Cómo sabías donde estaba? y ¿Cómo has conseguido que me suelten?
– Intuición femenina y tengo contactos, cuando tu labor es sacar a idiotas de fiesta por Las Vegas, acabas conociendo a todos los jefes de policía.
– Gracias por llamarnos idiotas. ¿Has encontrado a Mr. G?
– No tengo ni idea de donde está. Deberíamos volver al hotel. Dúchate, cámbiate y haz la reunión con los inversores.
– Eso haré –dije cabizbajo como cuando me regañaba mi madre. – Muchas gracias, Mery.
– No me las des, es mi trabajo. Pero deja de cagarla.
Volvimos al hotel en su coche. Había salido de la cárcel y eso era un logro, pero seguía en blanco, no tenía cuento. Demasiada acción. Esta mañana era el hombre más feliz del mundo y ahora acababa de abandonar los calabozos. Me sentía como un político.
Subí las escaleras a toda prisa, entré a mi habitación y me desvestí, “Quizás una ducha me ayude a despejarme”. Cogí la toalla y me dispuse a remojar mis ideas. La sorpresa vino cuando aparté las cortinas de la bañera y encontré a mi socio durmiendo agarrado a una botella de ron.
– ¡Despierta, maldita sea! – Grité furioso.
Mi socio se sobresaltó tirando el licor al suelo – ¿Dónde estoy?
– ¿Que dónde estás? Yo te mato. Tenemos la presentación en dos horas. ¡Vete a tu habitación y cámbiate! – Salió tambaleándose y dejando un hedor a alcohol barato.
Después de la ducha, bajé a la cafetería con mi traje carísimo y hecho polvo para encontrarme a Mery. Iba radiante como siempre, nuestra pelirroja favorita.
– ¿Qué ha pasado hoy? – Preguntó cruzando los brazos y notablemente enfadada.

Me apoyé en la mesa escondiendo la cabeza entre los brazos. – No lo sé. He encontrado a Mr. G, pero sigo sin tener nada y la reunión es en nada.
– Levanta la cabeza. Ayer os pegasteis una juerga tremenda. Mr. G se quedó entre unas piernas de alquiler y tú te volviste con otra chica.
– ¿Ah, sí? ¿Con quién? – Pregunté sonriendo.
– Conmigo, imbécil, llevabas una borrachera increíble.
– Pues no he tenido resaca – dije rascándome la cabeza.
– Esto no es Murcia, aquí se vende alcohol de verdad.
La desesperación era evidente, la miré fijamente y las palabras salieron casi como un ruego – ¿Me puedes ayudar a escribir una historia? Algo de gigantes y gnomos. Sin princesa y sin príncipe. Alguna venganza terrible. Con un malvado antagonista y un héroe.
Mery suspiró. – Te ayudaré, pero solo por la pasta que me pagáis. ¿Siempre tiene que haber un malvado antagonista y un héroe?
– En una buena historia, sí.
– La maldad y la bondad son relativas según la circunstancias.
– El mal hace interesantes las historias.
– Depende del punto de vista.
– Para el villano, él mismo nunca es el villano – dije apoyando la cabeza sobre la mano.
– El lobo siempre será el malo, si es caperucita quien cuenta la historia. No todos los relatos son iguales. Nunca te quedes sin historias que contar mientras puedas seguir escribiendo.
– Por eso escribo, para ser yo quien invente la historia…- Me quedé unos segundos embobado mirado al horizonte.
– ¿Estás bien?
-Mejor que bien. Me acabas de dar una idea cojonuda– sonreí -Gracias. – Le di un beso en la mejilla y fui corriendo a ver como estaba Mr. G.
Entre a la habitación y su cara era un poema, menos mal que no tenía que hablar.
– Vamos, borrachín, tenemos que ser millonarios.
Allí estábamos, Mr. G a punto de potar y yo con el nudo de la corbata mal hecho y un traje embarrado, pero ambos estábamos dispuestos a triunfar. Nos colocamos en un gran escenario, los ricachones se sentaban en primera fila y sus invitados especiales varias filas más atrás.
– Podéis empezar –dijo uno que estaba fumando un gran puro.
– Buenas noches, mi nombre es Don y no he escrito ninguna historia para ustedes. Llevamos muchos años trabajando y, justo en el momento más importante de nuestra maratón, nos hemos quedado sin fuelle. – Todos los presentes comenzaron a murmurar.- No se preocupen señores, el relato que les voy a contar, se ha escrito por sí mismo…
Les hablé de mi maravilloso despertar, la desaparición de Mr. G, los mafiosos que pretendían extorsionarme. Les relaté como me encarcelaron en los calabozos de Nevada y de los gigantes que me custodiaban. De la desesperación absoluta que había sentido y como una mujer, la más increíble de todas, me había dado la mejor idea del mundo.
Los tipos rieron, lloraron y me pidieron que repitiera la historia una y otra vez.
El acuerdo llegó a buen puerto y actualmente nos encontramos en las Bahamas tomando el sol y bebiendo daiquiris. Ha sido duro llegar hasta aquí, pienso en todas las penurias de ese día y el gran trabajo detrás de la empresa, pero el que algo quiere algo le cuesta.
Si ven a dos tipos en el Caribe contando historias con una camisa de flores y un sombrero de paja, no os asustéis, somos nosotros. Sentaos un rato y escuchad lo que tenemos que contar.
